Invitado del mes: Howard E. Gruber

Tenemos la suerte de recibir al que podemos considerar “el abuelo” de la creatividad. Gruber fue un psicólogo norteamericano que trabajó en Europa con Piaget, y después cofundó el Instituto de Estudios Cognitivos. Su interés se desplazó hacia la historia de la ciencia y en particular a la figura de Charles Darwin. Su obra Darwin sobre el hombre, un estudio psicológico de la creatividad científica, sentó las bases de un enfoque metodológico para estudiar los sistemas evolutivos.  Gruber desarrolló un método propio de estudio de casos que después ha sido usado por muchos otros autores, como Steven Johnson (quien nos visitará dentro de poco).

 EC | Madrid | Enero 2013

Gruber fue uno de los primeros investigadores en negar la existencia de ese don misterioso llamado genio -como después han hecho muchos otros autores de la talla de Perkins, Ericsson o David Shenk- y en oponerse a las anteriores formas de explicar la creación de una manera monolítica, pues estas reducían el trabajo creativo a la mera expresión de una personalidad. Gruber rechaza que el pensamiento creativo sea cuestión de actos repentinos, esporádicos o casuales. Más bien es “un proceso lento, en el que la persona debe perseverar contra los obstáculos y emplear todos los recursos de que disponga”. (Darwin sobre el hombre, pg. 300)

Suele afirmarse que los grandes descubrimientos los llevan a cabo mentes especiales, pero esto no significa que la creatividad esté al alcance sólo de unos pocos, sino que, si hay mentes “especiales”, es porque se han preparado, porque se han esforzado en serlo. Por eso, el método ideado por Gruber intenta comprender a estas personas desde un punto de vista existencial, tomando en consideración su conocimiento, sus propósitos, sueños y emociones. Es decir, que la persona creativa es entendida como un sistema compuesto por tres subsistemas: una organización de conocimiento, una organización de propósito y una organización de afecto. También su contexto, relaciones y el transcurso de su trabajo. Porque los grandes avances no son fruto de un instante inspirado, sino que se van construyendo a lo largo de toda la vida.

“Al considerar la historia de las ideas, tendemos a dirigir nuestra atención a la versión triunfante de una idea, victoriosa por fin tras muchos intentos previos con resultados desgraciados. La vemos vencedora, enfrentando con éxito tormentas de oposición, su autor sobresaliendo sobre sus oponentes, como a menudo ocurre realmente. Por ello, al escribir una historia, es muy fácil olvidar estas débiles luces previas, recordando tan sólo una cadena de victorias” (Ídem, pg. 70)

De manera que la creatividad es un proceso temporal. Esto significa que la persona creativa tiene algún tipo de control sobre el desarrollo del proceso, puede darle forma y dirigirlo. Esto no excluye los momentos repentinos en forma de insight, ni las oportunidades azarosas o serendipias, pero ese tipo de ocurrencias deben incorporarse en el sistema complejo y evolutivo que es la persona creativa trabajando. Ha de haber una mente preparada, con un bagaje previo que le permita reconocer e integrar las soluciones cuando las ve.

Por eso, el método del estudio cognitivo de casos consiste en estudiar a la persona creativa trabajando. Este método posee 3 características fundamentales: 

  1. cada persona creativa tiene una configuración única
  2. el mayor desafío del estudio de la creatividad consiste en inventar formas de describir y explicar cada configuración única
  3. una teoría de la creatividad que se fija sólo en los rasgos comunes de la gente creativa, se perderá el punto principal de cada vida, eludiendo la responsabilidad principal de la investigación de la creatividad.

Bajo estas directrices, Gruber emprende el estudio de Darwin. Realiza un amplio recorrido por los diferentes motivos que hicieron de Darwin quien fue, analizando su forma de ser, las influencias familiares, de su entorno, el estado de la ciencia y de la política, el tipo de sociedad, el peso de la religión…

Desde las primeras páginas el autor advierte: “el lector se sentirá desengañado si se acerca a esta obra esperando un relato que lleve a un momento culminante de gran descubrimiento, como las dudosas historias del baño de Arquímedes o la manzana de Newton”. (Ídem, pg. 38)

No hay que buscar un momento único de revelación de la verdad, sino explicar el recorrido completo. Los procesos de descubrimiento son poliédricos; hay que examinar cada una de sus caras para poder dar cuenta de ellos. En el caso del biólogo, Gruber rastrea cómo fueron cambiando sus ideas a lo largo del crecimiento de su pensamiento, cómo pasaba de una etapa a otra, superando errores, afianzando sospechas… Todo a través del cuidadoso estudio de los cuadernos de notas de Darwin; un auténtico tesoro para la investigación porque nos dan la oportunidad de asomarnos a ese rico mundo interior. Darwin escribió miles de páginas en diarios y mantuvo una copiosa correspondencia. Resultan especialmente interesantes los escritos recogidos durante los cinco años de su célebre travesía a bordo del Beagle (1831-1836).

“El revoltijo que aparece en los cuadernos de notas de Darwin y su método real de trabajo, en el que se amontonan diferentes procesos en desordenadas secuencias –teorización, experimentación, observación casual, crítica cautelosa, lectura, etc.- , nunca hubieran sido considerados satisfactorios por un tribunal de investigación metodológica formado por sus contemporáneos. Darwin dedicó a su trabajo el tiempo y la energía necesarios para permitir que surgiera esta confusión, clasificándolo persistentemente al mismo tiempo, estableciendo todo el orden que podía. Un aspecto esencial de este “método” era el que siempre trabajara dentro del marco de un punto de vista que confería significado y coherencia a los hechos aparentemente no relacionados.” (Ídem, pg. 165)

Gruber busca el orden subyacente al caos; hace una agrupación sistemática de los distintos temas que aparecen en los diarios de Darwin y halla los intereses constantes del científico. Son como las lentas corazonadas de Steven Johnson.

“Cada persona toma un diferente conjunto de decisiones acerca del uso de sus capacidades personales, preparando con ello la escena para la aparición de los accidentes afortunados que puedan ocurrir y escogiendo entre ellos cuando aparezcan”. (Ídem, pg. 311)

Para Darwin, estos felices accidentes o encuentros azarosos -la famosa serendipia– fueron decisivos, pues contribuyeron a la publicación de El origen de las especies, que no hacía más que postergar. Se trata del encuentro con dos obras:

  • la lectura “por diversión” del Ensayo sobre el principio de la población de Malthus, en 1838, que le proporcionó una teoría sobre la que trabajar
  • la obra de Wallace Sobre la ley que ha regulado la introducción de nuevas especies, de la que Darwin tuvo noticia en 1856. Este trabajo presentaba una concepción bastante similar a la suya, por lo que Darwin apresuró la publicación de su libro.

A veces es necesario un estímulo externo para espolear el pensamiento propio.

Pero no fueron iluminaciones súbitas ni fortuitas. Puede dar la impresión de que el pensamiento darwiniano y el maltusiano se encontraron azarosamente. Darwin podía no haber leído el  Ensayo, ¿qué habría ocurrido entonces? Sin embargo, esta creencia entraña un peligro, ya que implicaría que la creatividad se basa en combinaciones aleatorias y en encuentros repentinos. Gruber quiere demostrar lo contrario: si ese encuentro resultó afortunado, fue porque le ocurrió a una mente preparada. ¿Cuántos de los demás lectores del Ensayo llegaron a alumbrar una teoría sobre el origen de las especies que cambió la concepción de la vida para siempre?

El estudio de Gruber enseña la cantidad de hilos de pensamiento que deben entretejerse para formar una nueva y sólida teoría. La persona creativa, al estar buscando algo que nadie ha hecho antes, debe escrutar las oportunidades más infrecuentes y aprovecharlas sin vacilar. Y para reconocer lo infrecuente, se debe disponer de un tipo de conocimiento del mundo que sólo se obtiene moviéndose en él, teorizando y construyendo día a día una visión personal.

Podemos resaltar una serie de elementos detectados por Gruber en Darwin que pueden extenderse a la creatividad en general:

  • un interés apasionado (por la naturaleza, en este caso o por cualquier otro ámbito de la realidad),
  • entusiasmo,
  • aprendizaje autodidacta,
  • pertenencia a colectivos y agrupaciones, como la Sociedad de Plinio,
  • la capacidad de movilizar numerosas formas de pensamiento: observación, lectura, análisis, conversación, reflexión… combinarlas y extraer conclusiones de todas ellas,
  • anotar todo lo que se pasa por la cabeza, aunque en el momento parezca irrelevante,
  • cultivar intereses muy diversos y saber establecer relaciones entre ellos,
  • entornos creativos y abiertos

Gruber fue uno de los primeros en demostrar que la creatividad es un proceso, no un don, y que, por tanto, se puede aprender a ser creativo.

Este último factor es, actualmente, un mecanismo esencial de innovación. Un buen entorno nos enriquece. Para Gruber, el “contacto informal con algunos de sus profesores y compañeros fue la parte más importante” (Ídem, pg. 116) de la formación universitaria de Darwin. Las relaciones intelectuales en clave distendida, como cenas o paseos, resultan muy estimulantes puesto que permiten poner en común ideas sin ninguna presión; son un marco relajado en que el pensamiento fluye.

Fuentes
– Inching our way up to Mount Olympus: the evolving systems approach to creative thinking, H. E. Gruber y S. N. Davis. Capítulo del libro: The nature of creativity.  Editado por Robert J. Stemberg, Cambridge University Press, 1988.
Darwin sobre el hombre, un estudio psicológico de la creatividad científica. H. E. Gruber. Alianza Editorial, Madrid 1984.

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