Pedro Miguel Echenique es Catedrático en Física de Materia Condensada en la Universidad del País Vasco. Ha sido profesor en el Cavendish Laboratory de Cambridge y en la Universidad de Barcelona. Recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1998. Es, además, Doctorado en Filosofía, en Ciencias por la Universidad de Cambridge y en Ciencias Físicas por la Autónoma de Barcelona. Fue Consejero de Educación del Gobierno Vasco entre 1980 y 1983, y posteriormente de Educación y Cultura (1983-1984). Actualmente preside el Donostia International Physics Center y es miembro destacado de muchas otras sociedades científicas.
EC | Madrid | Septiembre 2012
Pregunta. Ha conocido a muchos científicos… ¿Qué cree que les lleva a dedicar su vida a un trabajo que con frecuencia es ingrato y duro? Sin duda, el afán de conocer, pero ¿hay algo más? Investigar por investigar, sentirse estupendo, competir con los otros, tener un cierto poder, una mentalidad de alpinista teórico,…
Respuesta. En la pregunta se menciona, correctamente, a científicos. Es importante, pues no existe “el científico». Hay científicos, todos ellos muy diferentes, con distintos enfoques, habilidades afectos y motivaciones. El peso relativo de los diversos factores cambia a lo largo de la vida y no de una forma lineal, fácilmente predecible. Sí que creo, como Hardy, que, en general, los científicos poseen, en primer lugar, curiosidad intelectual, deseo de entender el entorno natural y a nosotros mismos. En segundo lugar, un orgullo profesional, el sentirse estupendo, como dice usted, por hacer las cosas bien, dominio de los aspectos técnicos de tu profesión. Esto es algo compartido con muchas profesiones, con artesanos por ejemplo, con deportistas, etc.
En tercer lugar, una variedad de motivos, deseo de poder, de superarse a sí mismo. La frase de Hillary al contestar a la pregunta de por qué hay que subir al Everest, “porque está ahí”, es acertada. La vanidad. Alimentar el ego. Finalmente, hay un aspecto que me gustaría resaltar y que con el tiempo aprecio más. Es el aspecto creativo de nuestro trabajo, y también las libertades de todo tipo que acarrea esto. El poder aportar algo nuevo es como una droga: engancha. Cualquiera que haya visto el primero la solución a un problema, por pequeño que sea, y casi todos contribuimos de una forma muy pequeña, queda enganchado. Es el momento del descubrimiento. Siempre he pensado qué momento mágico debió ser cuando Crick y Watson ven la estructura de doble hélice del ADN y entienden que ello encierra el modo con que una generación transmite sus características a las siguientes: el “secreto de la vida”.
P. ¿Cuáles cree que son las principales “virtudes científicas”?
R. La creatividad y la tenacidad, junto a un optimismo racional, creer que los problemas tienen solución y que pensando continuamente sobre ello, se encontrará.
P. Cuando decidió dedicase a la ciencia, ¿hubo algún hecho, libro o persona que le influyera especialmente?
R. Siempre me gustó lo fácil que eran los exámenes de ciencias si se entendían los conceptos y cuanto más duras, aunque no menos atractivas, eran las letras pues necesitaban más tiempo para almacenar los conocimientos que luego usaba para entender. Tuve grandes profesores de Bachillerato en Ciencias y ellos fueron decisivos. Pero también los tuve en letras. A diferencia de muchos de mis estudiantes, ahora brillantes científicos, yo no tuve ninguna influencia de la televisión, revistas de divulgación, o de series míticas como la de Saga, por ejemplo.
P. ¿Cómo cree que se puede fomentar el interés de la infancia y la adolescencia por la ciencia?
R. Los niños, en mi pequeña experiencia que he vivido, tienen una curiosidad y creatividad innata. Hay que procurar mantenerla o por lo menos no destruirla. Los profesores ayudados por museos, televisión, etc., son claves para transmitirles la belleza de la ciencia, divirtiéndoles al principio y entusiasmándoles después. Se trataría de gradualmente ir transmitiéndoles que la ciencia no es un conjunto congelado de dogmas sino una aventura humana. Con una educación dirigida a formar y no sólo a informar. Educar no es un proceso como el engordar patos para producir foie gras. No sé cómo se puede lograr el tipo de educación que yo quiero. Hay formas de ayudar. Una que he impulsado es que tengan contacto desde jóvenes con personalidades que han contribuido de forma decisiva a la ciencia, que vean su pasión, la capacidad de despertar nuestra imaginación. Organizamos encuentros con ellos y suelen entrar asustados y salen entusiasmados. Hoy Internet, bien usado, otra vez los profesores son decisivos, puede ser un gran instrumento. En resumen, en mi opinión, lo más importante es que los profesores sepan transmitir lo hermoso y atractivo de la ciencia. Para ello tienen que estar bien formados y ser bien tratados económica, profesional y socialmente.