Daniel Innerarity es Catedrático de Filosofía Social y Política y Director del Instituto de Gobernanza Democrática. En su libro, “La democracia del conocimiento”, (Paidós, 2011) señala que el conocimiento, más que un medio para saber, es un instrumento para convivir.
EC | Madrid | Julio 2012
Pregunta: En su libro, “La democracia del conocimiento”, trata del modo de sobrevivir en la sociedad del conocimiento, y señala que a lo largo de la historia, la economía se ha basado siempre en el conocimiento. ¿Qué tiene de nuevo la situación actual?
Respuesta: Las actividades económicas han surgido siempre de la capacidad humana para desplegar su inteligencia, frente a las amenazas naturales, contra la escasez, en medio de la competencia… Lo nuevo en la actual situación, aquello que nos permite hablar con propiedad de una economía del conocimiento, es que junto a las tradicionales infraestructuras del poder y del dinero, el saber irrumpe con peso creciente como modo de operación y recurso de gobierno. Los factores tradicionales de producción (tierra, trabajo, capital) pierden importancia frente al saber experto; la gestión del conocimiento se convierte en la forma relevante de trabajo en las sociedades avanzadas, mientras que las formas más tradicionales de trabajo son desarrolladas por máquinas o deslocalizadas hacia lugares con salarios más bajos. Así pues, hablamos de sociedad del conocimiento cuando nuevas formas de conocimiento y simbolización impregnan cualitativamente todos los ámbitos esenciales de una sociedad, cuando las estructuras y los procesos de reproducción de una sociedad están tan penetrados por operaciones dependientes del conocimiento que operaciones como elaborar la información, el análisis simbólico y los sistemas expertos son más importantes que otros factores de producción.
P: Dice que el gran desafío de una sociedad del conocimiento es la generación de inteligencia colectiva. En todas las naciones se está intentando implantar un “sistema nacional de innovación” ¿Crees qué es un buen procedimiento? ¿Cuál es el modo más eficaz y justo de establecer esta relación entre política y ciencia?
R: Sostengo que hay que proceder a una democratización de la ciencia, lo que no significa evidentemente que todas las cuestiones científicas hayan de ser decididas por votación sino algo más sutil y diferenciado que tiene que ver con un conjunto de exigencias de legitimación en decisiones que nos afectan a todos, en la asignación de recursos o en la regulación del hecho de que haya cada vez más autores y más fuerzas que intervienen en asuntos que ya no pueden considerarse como una competencia exclusiva de los expertos. En cualquier caso, el giro participativo no debería llevarnos a pensar que basta con la ampliación del círculo de los actores para mejorar las decisiones correspondientes; con ello se plantean problemas cognitivos, de coordinación. Al mismo tiempo, el concepto de “ciudadanía científica” es un concepto que incluye derechos y deberes: el derecho a ser informado sobre la ciencia y la técnica, a deliberar y co-decidir, pero también, en cierto modo, la obligación de formarse, de entenderse como parte de un colectivo y velar por sus intereses.
«Hay que proceder a una democratización de la ciencia».
P: Vivimos una “tiranía de los expertos”. ¿Hay algún antídoto?
R: Nunca los expertos han tenido tanto poder como ahora, pero nunca ha habido tantos expertos que compiten con visiones e intereses contrapuestos y nunca ese saber ha sido tan discutido desde la sociedad, que ya no se entiende a sí misma como una masa informe de ignorantes sino con una competencia para vigilar y criticar como nunca antes en la historia. Ciencia, política y opinión pública tienen que encontrar nuevos e innovadores caminos para impulsar la función social de la ciencia y gestionar de manera productiva, transparente y democráticamente legitimada la ignorancia creciente acerca de sus consecuencias.
P: Puesto que el saber es un componente central de las sociedades contemporáneas, su producción, regulación y distribución no puede sustraerse a la confrontación política explicita. Las políticas del conocimiento tienen que ver, en primer lugar, con el gobierno del saber. ¿No deberíamos distinguir entre la “generación de talento” (objetivo de la educación) y la “gestión del talento” (objetivo político)?
R: Me parece que es una buena distinción, en la que no había reparado. Con la distinción que planteo entre poder del saber y saber del poder me refiero al hecho de que hay que considerar dos cosas: el gobierno del saber y el saber del gobierno, cómo se gobierna el saber de la sociedad y cómo es el saber con el que se gobierna la sociedad. En torno a estos dos ejes se plantean una serie de cuestiones que tienen una gran importancia en una sociedad democrática, que no está sólo hecha de decisiones legítimas sino también de saber adecuado. La apelación a la auto-organización inteligente de la sociedad —en el modelo neoliberal de mercados que se auto-regulan, por ejemplo— o el desprecio a la opinión común desde una élite de expertos tienen una visión muy simple del modo como las sociedades generan saber colectivo o cómo funciona la estupidez también colectiva. Las simplificaciones no suelen tener en cuenta que es la misma sociedad que hace emerger el saber colectivo la que, mal organizada, es susceptible de deslizarse hacia errores que se amplían en la medida en que se propagan socialmente. Esta ambigüedad o indeterminación es especialmente característica de las sociedades globales del conocimiento. Así pues, ni sabiduría de las multitudes ni locura de las masas sino posibilidades siempre abiertas de transformar la acción en común en inteligencia o estupidez colectiva.
P: En su libro ha escrito: “Se impone la necesidad de modificar las reglas que organizan el aprendizaje colectivo. La principal función del gobierno en una sociedad del conocimiento consiste precisamente en establecer las condiciones de posibilidad de la inteligencia colectiva.» ¿Se está ejerciendo esta función adecuadamente? ¿Cómo se está haciendo?
R: Lo estamos haciendo bastante mal. No podríamos explicar la naturaleza de la sociedad del conocimiento si no fuéramos capaces de entender por qué se producen fracasos colectivos de mayor envergadura incluso que los cometidos por sociedades en las que el saber no ocupaba un lugar tan central.
P: Le alarma el hecho de que la política y el derecho está perdiendo “competencia cognitiva” frente a la innovación económica y tecnológica. Necesitamos, por lo tanto, elevar la competencia innovadora y cognitiva de la política. ¿Es ese uno de los objetivos del Instituto de Gobernanza Democrática que dirige?
R: El gran problema que tenemos por delante es qué forma ha de adoptar la política para no ser socialmente irrelevante. No se trata de defectos de las personas o incompetencias singulares sino de un déficit sistémico de la política, de escasa inteligencia colectiva por comparación con el vitalismo de otros ámbitos sociales. Una de las características más decepcionantes de nuestra práctica política es precisamente su estancamiento casi ritual, el temor a salirse de las fórmulas convencionales que han funcionado hasta ahora. Esa falta de vigor de la política frente a los mercados o el escaso interés que despierta en buena parte de los ciudadanos probablemente se deban a su incapacidad para desarrollar conductas tan inteligentes, al menos como las que tienen lugar en otros espacios de la vida social. Efectivamente, ese es el objetivo principal de nuestro Instituto de Gobernanza Democrática.
«La democracia no es sólo el menos malo de los regímenes, como suele decirse, sino también el menos estúpido»
P: Tengo la impresión de que da una importancia enorme a los aspectos de conocimiento y que olvida otros que tienen que ver con los intereses, los deseos, los amores y los odios, el afán de poder…¿me equivoco?
R: Es así. La democracia no es sólo el menos malo de los regímenes, como suele decirse, sino también el menos estúpido. Las justificaciones tradicionales de la democracia han puesto el acento en argumentos de valores, apelando a la igualdad, la justicia o la libertad, no instrumentales. Todo ello es cierto, pero se puede defender la democracia de acuerdo con criterios instrumentales, es decir, la democracia es además un sistema de gobierno que posibilita mejores decisiones que otros. Esta superioridad se debe concretamente a que sirve para canalizar la inteligencia colectiva.
P: Dice que la inteligencia creativa es la capacidad para desenvolverse en contextos en los que uno no se maneja del todo bien. ¿Eso significa que todos debemos desarrollar esa inteligencia porque todos vivimos en un mundo lleno de incertidumbres?
R: La sociedad del conocimiento constituye una verdadera explosión del saber disponible, gracias al cual estamos en una época de mayores posibilidades de conocimiento que cualquier otra; pero al mismo tiempo también es cierto que nos pone delante de un abismo de ignorancia en relación con el saber que deberíamos tener para resolver los problemas generados, por ejemplo, como consecuencia de las tecnologías que hemos puesto en marcha. Detrás de nuestras tecnologías energéticas o financieras hay un gran conocimiento, que es compatible con una enorme ignorancia por lo que se refiere sus consecuencias secundarias o al modo como deberíamos regularlos. ¿Cómo mejorar este recurso de gobierno? El desafío fundamental de las sociedades democráticas en esta era de las limitaciones es gestionar la incertidumbre y la ignorancia cuando se gobiernan sistemas complejos. Este desafío cognitivo de la gobernanza procede del hecho de que gobernar la sociedad del conocimiento global exige unas capacidades, procesos y reglas diferentes de los que se necesitaban para gobernar una sociedad industrial y estatalmente organizada. No habrá solución verdadera a los problemas a los que nos enfrentamos mientras los actores públicos no sean capaces de generar el saber necesario. Hasta ahora, el énfasis sobre el papel de los estados y de la jerarquía como medio de control ha impedido prestar la suficiente atención a los aspectos cognitivos y cooperativos de la gobernanza. Hay una gran batalla de poder, pero también otra de conocimiento; los problemas más importantes de nuestras sociedades demandan formas de gobernanza con un alto valor de conocimiento y con unos modos de decisión más inteligentes. La política, que estaba acostumbrada al control y la jerarquía, se ve obligada a gestionar las nuevas limitaciones, desarrollar una inteligencia cooperativa, reconstruir la confianza y pensar en los efectos sistémicos de las decisiones. Especialmente importante es el gobierno de los riesgos sistémicos, es decir, de los que proceden de una interacción no transparente entre los componentes de un conjunto concatenado. Buena parte de nuestro fracaso colectivo a la hora de gobernar el sistema financiero global, por ejemplo, se debe a que toda la acción regulatoria se ha dirigido a los componentes singulares, mientras que el modo cómo interactuaban esos elementos ha permanecido intransparente. Por supuesto que los riesgos sistémicos se caracterizan por una enorme cantidad de incertidumbre, pero hay modos de gestionar la incertidumbre; hay vida política —márgenes de acción, decisiones posibles— allá donde hay racionalidad, conocimiento, recursos y autoridad limitadas.