¡Vamos a descubrir!

Los seres humanos han deseado siempre aumentar sus posibilidades, ampliar sus conocimientos, perfeccionar sus técnicas, emprender aventuras. Es una de nuestras motivaciones más poderosas. De ahí la fascinación por descubrir lo oculto, resolver enigmas, explorar más allá del horizonte. Somos una especie inquieta y curiosa. Es sorprendente la rapidez con que un grupo de homínidos surgidos en Tanzania colonizó el planeta. Los científicos han asociado ese afán de novedad a un gen, el DRD4-7R, presente en un 20% de los seres humanos. Los portadores de él son más proclives a aceptar riesgos, a esforzarse por experimentar cosas nuevas.

EC | Madrid | Enero 2013

En números anteriores hemos estudiado las actividades de búsqueda como una etapa esencial de la creatividad humana.  La búsqueda – o la investigación, que es una palabra sinónima- se termina con el “encuentro”. No hay que tomar en serio la famosa frase de Picasso –“Yo no busco, encuentro”-, porque  es imposible encontrar si primero no se ha buscado. Incluso los descubrimientos casuales necesitan una actitud previa que permita valorarlos. Como decía el viejo Heráclito, “Si no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue”.

Descubrir es un proceso de búsqueda que intenta desvelar lo oculto, lo ignorado. Conseguirlo supone un gran premio. Actividad y recompensa pueden ser muy variados. Suele denominarse “edad de los descubrimientos” a los siglos XV y XVI, cuando se realizaron los grandes viajes que nos permitieron conocer nuevas tierras. Ahora hablamos más frecuentemente de descubrimientos científicos. Los griegos llamaban a la verdad “aletheia”, desvelación, consideraban que conocer es eliminar el velo que tapa algo.  La verdad estaba escondida en la naturaleza, y había que buscarla y encontrarla. Es curioso que en su origen la palabra “invención” significaba lo mismo: encontrar. Pero esta palabra se especializó. Dejó de significar encontrar la verdad, para designar simplemente encontrar una idea o una imagen, que podían ser falsas o ficticias. “Eso no es verdad, te lo has inventado”, solemos decir. Mientras el descubrimiento daba el protagonismo al objeto descubierto, el invento se lo daba a la actividad creativa de la inteligencia.  Al final, inventar significa producir o descubrir una idea que sirve para resolver un problema. Son ficciones que nos permiten variar la realidad. Hay invenciones literarias,  ideológicas, y tecnológicas. Hablamos de crear una obra de arte, pero no de crear una verdad. La verdad la descubrimos sólo.  Stellan Ohlsson, de quien hablamos en el numero 6, divide las actividades que producen novedades en tres grupos, a cada uno de los cuales atribuye un verbo: arte (crear), ciencia (descubrir), técnica (inventar). Esta es una visión ingenua de la verdad y por eso preferimos utilizar el término “creación” para designar toda producción de novedades por la inteligencia humana, mediante la cual “conoce” la realidad mediante los descubrimientos científicos, la “transfigura” mediante el arte o la religión, y la “transforma” mediante la invención tecnológica.

El impulso para crear, el afán de novedades, el deseo de ampliar nuestras posibilidades, la pasión por conocer, la curiosidad insaciable son atributos de la naturaleza humana. Es importante que la educación sirva para potenciarlos y no para debilitarlos. Por eso, la educación para la creatividad, en su más amplio sentido, tiene que ser un objetivo fundamental de la escuela.