“He dejado la carrera: no me motivaba”, “mi hijo está todo el día tirado en el sofá, parece que no le motiva nada”, “este partido lo ganamos, estamos súper motivados”… son frases que a todos nos suenan. Tal vez las hayamos pronunciado nosotros mismos.
Motivación parece una palabra comodín, ¿pero qué significa y qué implica este concepto?
EC | Madrid | Septiembre 2012
Todo el mundo está preocupado por la motivación. Los profesores quieren motivar a sus alumnos, los empresarios a sus trabajadores, los comerciantes a sus clientes, los sacerdotes a sus fieles. Por eso, parece imposible que “motivación” sea un concepto moderno, y que en los años sesenta estuviera a punto de desaparecer del vocabulario. ¿Qué es realmente la motivación? ¿Cómo podemos motivar a otros o motivarnos? ¿Cómo podemos motivar para algo concreto como, por ejemplo, la ciencia?
En lenguaje llano, “estar motivado” significa tener ganas de hacer algo. Esto supone que se puede estar fuertemente motivado para no hacer nada. Salvo las personas deprimidas, todos estamos motivados para hacer algo. “Motivación” es un concepto que engloba los tres elementos que influyen en el inicio y la dirección de un comportamiento: los deseos, los premios y las circunstancias que facilitan o complican la acción. Quiero ganar dinero (deseo), este es un buen negocio (premio) y además no me exige esfuerzo (facilitador). Esos tres elementos constituyen la “fuerza de motivación”. Cuando pretendo que alguien tenga ganas de hacer algo, o estimulo su deseo, o aumento el premio, o se lo pongo muy sencillo. O, por supuesto, las tres cosas al tiempo.
Cuando queremos motivar a alguien, por ejemplo a nuestros alumnos o a nuestros colaboradores o a nuestras parejas, estamos intentando transferirles nuestros intereses. Es decir, pretendemos que ellos tengan ganas de hacer lo que a nosotros nos parece que sería bueno que hicieran. Ahí radica la dificultad, porque es muy difícil inducir un deseo de la nada. La solución está en relacionar lo que nos interesa con alguno de los deseos que ya tiene la otra persona. Afortunadamente, a pesar de la variedad de nuestros deseos, hay tres deseos fundamentales que compartimos todos, aunque en distintas dosis: el deseo de bienestar, el deseo de vinculación social, y el deseo de progresar, de encontrar sentido a lo que hacemos, de no sentirnos insignificantes.
Una de las tareas más necesarias y más difíciles de cualquier pedagogía es encontrar el camino para enlazar – por ejemplo, el estudio de las ecuaciones diferenciales- con uno de esos deseos. Eso puede hacerse aumentando el bienestar del alumno (dándole un premio o facilitándole una experiencia agradable, como hacen los museos de ciencia), proporcionándole un reconocimiento social mediante el elogio; o haciéndole sentir que progresa. Esta es la misión que cumplen los premios y concursos de ciencias en que participa la Fundación Repsol.
Al hablar de proporcionarle una experiencia agradable que le sirve de premio, nos estamos refiriendo a un tipo de motivación muy importante, la llamada “motivación intrínseca”. Aprenderemos más sobre este tipo de motivación gracias a nuestra experta del mes, Teresa Amabile, y en la sección de la “entrevista a un libro”. En estricto sentido, se refiere a aquellas actividades que no se realizan con vistas a un fin, sino que son un fin en sí mismas. Jugar, por ejemplo; explorar; investigar.
Es evidente que esta motivación es la más eficaz y deseable, aunque no siempre es posible porque todas las actividades no son agradables. El bailarín está motivado intrínsecamente para bailar, pero no para entrenarse en la barra. En este caso tiene que tener muy presente, como premio, el bailar bien.
¿Se puede fomentar la motivación intrínseca hacia la ciencia? Por supuesto, pero para ello hemos de contagiar a los alumnos nuestro entusiasmo no por la ciencia, sino por la actividad científica. Veremos un caso histórico, el aumento del interés por las ciencias que se dio en los Estados Unidos tras el lanzamiento del Sputnik soviético, impulsado por planes del gobierno federal americano. La ciencia no es el conjunto de conocimientos corroborados que están en un libro. Ese es el resultado, algo así como el balance económico de una empresa, o las marcas de un deportista, o el resultado de un partido. Nadie puede sentirse emocionado o atraído por eso. Lo importante es la actividad, la pasión, la intriga, la curiosidad. Lo sabe bien Pedro Miguel Echenique, a quien hemos entrevistado.
Cuando los psicólogos hablan del flow, de la sensación de estar totalmente implicado en la actividad, se están refiriendo a ese estado en que una persona se identifica con lo que está haciendo. No se puede inducir una motivación intrínseca hacia la ciencia, si no se hace experimentar a los alumnos el atrayente dinamismo del investigar.
En este número veremos algunas formas de motivar hacia las ciencias y de mejorar la actitud hacia las matemáticas y las ciencias. Mostraremos testimonios de profesionales del ámbito científico y tecnológico sobre qué les movió a elegir esas carreras, que son toda una inspiración. También veremos hasta qué punto influyen las expectativas que tenemos sobre las personas en su forma de motivarse. Un curioso experimento psicológico sobre el denominado “efecto Pigmalión” así lo demuestra.