La inteligencia guiada por una actitud emprendedora es la inteligencia que resuelve problemas y que avanza con resolución, sin enredarse. La mezcla de perspicacia y arrojo es esencial a la hora de emprender.
EC | Madrid | Abril 2013
Entendemos por EMPRENDIMIENTO la capacidad de iniciar proyectos, de luchar contra la pasividad, de aplicar las energías necesarias, planificar la realización, buscar los conocimientos y ayudas necesarias, soportar el esfuerzo, aguantar las frustraciones. Los antiguos lo definían como la decisión de iniciar empresas difíciles y pensaban que para hacerlo eran necesarias la prudencia para aplicar los conocimientos generales a los casos particulares, y la fortaleza para soportar el esfuerzo, arriesgarse al fracaso, y mantener el ánimo. Se opone a la dependencia, a la pasividad, a la sumisión, a la renuncia al esfuerzo, al sentimiento de impotencia. Estas características convierten en emprendimiento en una actitud vital necesaria para una vida plena.
Una cosa es “emprender” y otra “ser empresario”. Esta es una de las posibles aplicaciones del emprendimiento, no la única. La palabra “emprender” ha sido monopolizada por el mundo económico. Nadie considera empresario al que organiza un equipo de investigación o al que emprende una exploración. Esto se debe al éxito de la actividad económica en los últimos siglos. Pero conviene recuperar en su integridad un término tan hermoso. Los filósofos medievales defendían la magnanimidad –el alma grande, es decir, lo contrario de la pusilanimidad, que es un almilla de almeja– como “el arrojo para realizar grandes empresas”. No solamente la filosofía se ha preocupado por ello, también la psicología ha estudiado la diferencia entre personalidades activas y pasivas. Aquéllas inician, éstas se repliegan. Aquéllas modifican la situación, éstas se acomodan. Uno de los rasgos básicos de la personalidad es la manera en la que atribuimos causas a un suceso determinado. Hay personas que sistemáticamente atribuyen lo que les sucede a causas externas, mientras que otras se responsabilizan ellas mismas de lo sucedido, bueno o malo. Mientras para algunas personalidades, el entorno, la sociedad, el ambiente, los demás, son los responsables de todo lo que nos ocurre, para otros es la iniciativa personal.
En un mundo veloz, competitivo y cambiante, necesitamos fomentar esa actitud activa, iniciadora, emprendedora. Desde el mundo educativo estamos intentando hacerlo. La Unión Europea, a partir de las decisiones tomadas en la Cumbre de Lisboa de 2002, ha indicado la necesidad de introducir en todos los sistemas educativos europeos el desarrollo de esta competencia que, por su complejidad, se denomina de diferentes maneras en los documentos internacionales: “actuar autónomamente” (OCDE), “espíritu emprendedor” (UE), “autonomía e iniciativa personal” (LOE). Todos ellos coinciden sin embargo en destacar la importancia de suscitar un cambio en la actitud de los ciudadanos europeos, en especial en los jóvenes, para adecuarlos a un mundo veloz y competitivo en el que es necesario saber enfrentarse con los problemas y crear proyectos sugestivos.
En el LIBRO BLANCO que elaboramos para REPSOL pusimos en relación el emprendimiento, la creatividad y la innovación, que consideramos tres etapas de un mismo proceso. El emprendimiento es el inicio; la creatividad es la competencia a desarrollar; la innovación, el resultado. Si tratamos en este número de EC –el último de su primera época- el tema del emprendimiento, es para dejar abierta la puerta a nuevos desarrollos, a la aplicación de lo que hemos aprendido sobre creatividad a proyectos concretos, a didácticas específicas. No olvidemos que la finalidad de nuestras investigaciones era elaborar guías que pudiera aprovechar la escuela. Los resultados aparecerán próximamente en dos libros, titulados: “la creatividad científica” y “la creatividad tecnológica”.
Fuentes | |
Imagen artículo: Creative Commons. David JGB |