Las actividades de evaluación

Los proyectos me lanzan a la acción. Proporcionan una meta, un objetivo, pero además deben proporcionar los datos necesarios para saber si nos estamos  acercando a ellos; si los hemos logrado. 

EC | Madrid | Diciembre 2012

Imagen de Freddy the Boy bajo licencia de Creative Commons

La elección del criterio es importante, porque  nos permite “cerner”, “separar” el trigo de la paja. Esto es lo que significaba en griego la palabra “krinein”, de donde deriva la española “criterio”. El dolor y el placer son una evaluación elemental de lo que nos sucede. Lo bello y lo feo, lo útil y lo inútil, lo productivo y lo improductivo,  lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, son otros tantos criterios de evaluación.

No podemos crear sin evaluar, porque la actividad creadora produce siempre un exceso de posibilidades, entre las cuales el creador tiene que seleccionar. Crear es elegir. Para hacerlo necesita un criterio que le permita elegir bien la meta, y saber si se va acercando a ella o no. Y que le permita saber cuándo ha llegado. La estructura de la inteligencia humana, que hace posible la actividad creadora, está estructurada en dos niveles funcionales. Hay una inteligencia generadora, que se encarga de captar, elaborar, guardar información y promover parte de ella a estado consciente, y una inteligencia ejecutiva, que se encarga de  evaluar las propuestas de la inteligencia generadora, para aceptarlas o rechazarlas, fijar metas y mantener el esfuerzo para alcanzarlas. Esto lo hace comparando esas propuestas con el criterio de evaluación y, si este está equivocado, el fracaso es irremediable. Por ejemplo, si tomo una decisión científica por criterios ideológicos, me equivoco. Así ha sucedido muchas veces en la historia, desde la Inquisición hasta las desventuras de la “ciencia” nazi o soviética.

Cada actividad creadora tiene sus propios criterios. Los de la ciencia constituyen la esencia de la metodología científica, la que nos permite saber cuándo una teoría merece ser considerada verdadera. Las normas éticas tienen también un riguroso criterio de verificación, aunque de tipo diferente al científico. Mientras que la ciencia pretende saber lo que las cosas son en realidad, la ética nos informa de lo que sería bueno que fueran. Habla del futuro, más que del presente.

La creatividad también puede ser evaluada. Crear es producir novedades valiosas y ambas cosas –la novedad y el valor- son mensurables.  No toda innovación es buena. Una parte de la crisis económica actual ha sido producida por unas “innovaciones financieras” mal calculadas. Hace unos años, apareció en una revista alemana de gran tirada unas declaraciones del inventor de los crematorios de los campos de exterminio nazi quejándose de que no se había valorado su pericia técnica. En efecto, no fue nada fácil hacer desaparecer dos millones de cadáveres, pero no fue un hecho nada valioso.

En España carecemos de una cultura de la evaluación, por ejemplo en el terreno político, administrativo y educativo. Sólo podemos buscar la excelencia si disponemos de un criterio claro para saber si nos acercamos a ella o no. Y, por supuesto, si  lo aplicamos.