Un proyecto es una posibilidad elegida. El proyecto va a activar, motivar o dirigir la acción, se encuentra indisolublemente unido a ésta.
EC | Madrid | Octubre 2012
En los próximos tres números de EC vamos a estudiar el gran mecanismo de la actividad creadora: la elaboración y realización de proyectos. Crear no es una actividad misteriosa, sino la aplicación de las funciones intelectuales normales a un proyecto creador, es decir, a aquellos que buscan producir novedades eficientes. La creatividad es un proceso que se desarrolla en tres fases: el proyecto, las actividades de búsqueda y la selección de los resultados. Cada una de estas fases tiene su estructura y su aprendizaje. Crear es un hábito aprendido mediante un entrenamiento. Nos interesa detectar los procesos para a partir de ellos elaborar guías didácticas que fomenten la creatividad en todos los niveles: escuela, universidad, empresas, ciudades, sociedad.
Hacer proyectos es una de las actividades fundamentales y exclusivas de la inteligencia humana. Constituye la esencia del “bucle prodigioso” que nos permite inventar una irrealidad para que guíe nuestro comportamiento real. Actúa como una grúa. Yo la alzo para que luego ella me alce a mí. Este es el bucle. La etimología de la palabra “proyectar” nos indica que lanzamos algo inexistente delante de nosotros –un proyectil mental- y luego esperamos que él nos arrastre. De esta manera nos seducimos a nosotros mismos desde lejos. Hay razones para considerarlo prodigioso.
Un proyecto tiene dos elementos: una representación que dirige, y un incentivo que moviliza. La representación del proyecto ha sido intensamente estudiada por los expertos en Inteligencia Artificial, conscientes de la importancia que tiene el modo de formularlo. Un proyecto plantea siempre un problema y abre un campo de posibilidades. Es interesante la proximidad lingüística que hay entre “pro-blema” y “pro-yecto”. Ambas palabras nos lanzan hacia el futuro, pero de diferente manera. El pro-yecto nos lanza, el pro-blema nos cierra el paso. Es un obstáculo encontrado en nuestro camino. Los griegos lo llamaban “aporía”, es decir, un obstáculo tan grande que no deja ni siquiera un poro para pasar. Para realizar un proyecto lo más probable es que tengamos que resolver previamente muchos problemas.
Tanto el proyecto como el problema tienen como antecedente un dinamismo dirigido a una meta. No existen para una persona inerte. Ambos surgen de una motivación que impele a avanzar. Pero un proyecto es algo más que un deseo. Es un deseo dispuesto a movilizar la energía suficiente para cumplirlo. Obliga a quien proyecta a ponerse en condiciones para realizarlo. Por eso, más que “proyectar” nos gusta decir “emprender un proyecto”, para indicar el carácter activo de esa acción. Siempre incluye una decisión, una puesta en marcha. Tal vez por eso, durante muchos años la arquitectura –la ciencia de la construcción- ha conseguido casi monopolizar el uso de estas palabras. De hecho, es posible que fuera en la Florencia de Brunelleschi donde apareciera la idea de que era preciso anticipar no sólo el edificio ya construido, sino los procesos para conseguirlo. Allí nace el sentido moderno del “proyecto”, aunque con otro nombre: “diseño”, palabra que procede de “designare”, dirigirse hacia algo.
Emprender un proyecto implica ponerse en condiciones de realizarlo. Quien decide escalar el Everest tiene que prepararse para ello. Elaborar un plan, buscar los medios, entrenarse para adquirir las destrezas necesarias. Por ello es la actividad principal de la inteligencia humana, que se define por la capacidad de guiar la acción mediante proyectos. Forma parte de las funciones de la inteligencia ejecutiva, encargada de dirigir el comportamiento por metas lejanas. No es de extrañar que la filosofía y la psicología actuales lo consideren el paradigma de nuestra naturaleza, el núcleo de nuestra libertad, la manifestación de nuestra ambición, porque, en efecto, quien proyecta está reconociendo que hay algo que no tiene y que aspira a conseguir. Y tampoco es de extrañar que la pedagogía moderna se centre en la enseñanza mediante proyectos.
De todo esto vamos a hablar en Energía Creadora. En este número estudiaremos casos concretos, como los del arquitecto Frank Gehry, o el proyecto conjunto “Tu formación no tiene límites” emprendido por la Fundación REPSOL y la Fundación ONCE. No olvidamos tampoco los proyectos empresariales, por eso entrevistamos el libro La organización creadora de conocimiento. Hablamos con el investigador Alessandro Sanna para que nos cuente alguno de sus proyectos, y estudiamos la obra del experto en creatividad Mihaly Csikszentmihalyi. En “Escuela” analizamos la pedagogía por proyectos, deteniéndonos en experiencias docentes concretas, y repasamos los Premios San Viator, apoyados por la Fundación REPSOL.