Invitado del mes: Howard E. Gruber

Tenemos la suerte de recibir al que podemos considerar “el abuelo” de la creatividad. Gruber fue un psicólogo norteamericano que trabajó en Europa con Piaget, y después cofundó el Instituto de Estudios Cognitivos. Su interés se desplazó hacia la historia de la ciencia y en particular a la figura de Charles Darwin. Su obra Darwin sobre el hombre, un estudio psicológico de la creatividad científica, sentó las bases de un enfoque metodológico para estudiar los sistemas evolutivos.  Gruber desarrolló un método propio de estudio de casos que después ha sido usado por muchos otros autores, como Steven Johnson (quien nos visitará dentro de poco).

 EC | Madrid | Enero 2013

Gruber fue uno de los primeros investigadores en negar la existencia de ese don misterioso llamado genio -como después han hecho muchos otros autores de la talla de Perkins, Ericsson o David Shenk- y en oponerse a las anteriores formas de explicar la creación de una manera monolítica, pues estas reducían el trabajo creativo a la mera expresión de una personalidad. Gruber rechaza que el pensamiento creativo sea cuestión de actos repentinos, esporádicos o casuales. Más bien es “un proceso lento, en el que la persona debe perseverar contra los obstáculos y emplear todos los recursos de que disponga”. (Darwin sobre el hombre, pg. 300)

Suele afirmarse que los grandes descubrimientos los llevan a cabo mentes especiales, pero esto no significa que la creatividad esté al alcance sólo de unos pocos, sino que, si hay mentes “especiales”, es porque se han preparado, porque se han esforzado en serlo. Por eso, el método ideado por Gruber intenta comprender a estas personas desde un punto de vista existencial, tomando en consideración su conocimiento, sus propósitos, sueños y emociones. Es decir, que la persona creativa es entendida como un sistema compuesto por tres subsistemas: una organización de conocimiento, una organización de propósito y una organización de afecto. También su contexto, relaciones y el transcurso de su trabajo. Porque los grandes avances no son fruto de un instante inspirado, sino que se van construyendo a lo largo de toda la vida.

“Al considerar la historia de las ideas, tendemos a dirigir nuestra atención a la versión triunfante de una idea, victoriosa por fin tras muchos intentos previos con resultados desgraciados. La vemos vencedora, enfrentando con éxito tormentas de oposición, su autor sobresaliendo sobre sus oponentes, como a menudo ocurre realmente. Por ello, al escribir una historia, es muy fácil olvidar estas débiles luces previas, recordando tan sólo una cadena de victorias” (Ídem, pg. 70)

De manera que la creatividad es un proceso temporal. Esto significa que la persona creativa tiene algún tipo de control sobre el desarrollo del proceso, puede darle forma y dirigirlo. Esto no excluye los momentos repentinos en forma de insight, ni las oportunidades azarosas o serendipias, pero ese tipo de ocurrencias deben incorporarse en el sistema complejo y evolutivo que es la persona creativa trabajando. Ha de haber una mente preparada, con un bagaje previo que le permita reconocer e integrar las soluciones cuando las ve.

Por eso, el método del estudio cognitivo de casos consiste en estudiar a la persona creativa trabajando. Este método posee 3 características fundamentales: 

  1. cada persona creativa tiene una configuración única
  2. el mayor desafío del estudio de la creatividad consiste en inventar formas de describir y explicar cada configuración única
  3. una teoría de la creatividad que se fija sólo en los rasgos comunes de la gente creativa, se perderá el punto principal de cada vida, eludiendo la responsabilidad principal de la investigación de la creatividad.

Bajo estas directrices, Gruber emprende el estudio de Darwin. Realiza un amplio recorrido por los diferentes motivos que hicieron de Darwin quien fue, analizando su forma de ser, las influencias familiares, de su entorno, el estado de la ciencia y de la política, el tipo de sociedad, el peso de la religión…

Desde las primeras páginas el autor advierte: “el lector se sentirá desengañado si se acerca a esta obra esperando un relato que lleve a un momento culminante de gran descubrimiento, como las dudosas historias del baño de Arquímedes o la manzana de Newton”. (Ídem, pg. 38)

No hay que buscar un momento único de revelación de la verdad, sino explicar el recorrido completo. Los procesos de descubrimiento son poliédricos; hay que examinar cada una de sus caras para poder dar cuenta de ellos. En el caso del biólogo, Gruber rastrea cómo fueron cambiando sus ideas a lo largo del crecimiento de su pensamiento, cómo pasaba de una etapa a otra, superando errores, afianzando sospechas… Todo a través del cuidadoso estudio de los cuadernos de notas de Darwin; un auténtico tesoro para la investigación porque nos dan la oportunidad de asomarnos a ese rico mundo interior. Darwin escribió miles de páginas en diarios y mantuvo una copiosa correspondencia. Resultan especialmente interesantes los escritos recogidos durante los cinco años de su célebre travesía a bordo del Beagle (1831-1836).

“El revoltijo que aparece en los cuadernos de notas de Darwin y su método real de trabajo, en el que se amontonan diferentes procesos en desordenadas secuencias –teorización, experimentación, observación casual, crítica cautelosa, lectura, etc.- , nunca hubieran sido considerados satisfactorios por un tribunal de investigación metodológica formado por sus contemporáneos. Darwin dedicó a su trabajo el tiempo y la energía necesarios para permitir que surgiera esta confusión, clasificándolo persistentemente al mismo tiempo, estableciendo todo el orden que podía. Un aspecto esencial de este “método” era el que siempre trabajara dentro del marco de un punto de vista que confería significado y coherencia a los hechos aparentemente no relacionados.” (Ídem, pg. 165)

Gruber busca el orden subyacente al caos; hace una agrupación sistemática de los distintos temas que aparecen en los diarios de Darwin y halla los intereses constantes del científico. Son como las lentas corazonadas de Steven Johnson.

“Cada persona toma un diferente conjunto de decisiones acerca del uso de sus capacidades personales, preparando con ello la escena para la aparición de los accidentes afortunados que puedan ocurrir y escogiendo entre ellos cuando aparezcan”. (Ídem, pg. 311)

Para Darwin, estos felices accidentes o encuentros azarosos -la famosa serendipia– fueron decisivos, pues contribuyeron a la publicación de El origen de las especies, que no hacía más que postergar. Se trata del encuentro con dos obras:

  • la lectura “por diversión” del Ensayo sobre el principio de la población de Malthus, en 1838, que le proporcionó una teoría sobre la que trabajar
  • la obra de Wallace Sobre la ley que ha regulado la introducción de nuevas especies, de la que Darwin tuvo noticia en 1856. Este trabajo presentaba una concepción bastante similar a la suya, por lo que Darwin apresuró la publicación de su libro.

A veces es necesario un estímulo externo para espolear el pensamiento propio.

Pero no fueron iluminaciones súbitas ni fortuitas. Puede dar la impresión de que el pensamiento darwiniano y el maltusiano se encontraron azarosamente. Darwin podía no haber leído el  Ensayo, ¿qué habría ocurrido entonces? Sin embargo, esta creencia entraña un peligro, ya que implicaría que la creatividad se basa en combinaciones aleatorias y en encuentros repentinos. Gruber quiere demostrar lo contrario: si ese encuentro resultó afortunado, fue porque le ocurrió a una mente preparada. ¿Cuántos de los demás lectores del Ensayo llegaron a alumbrar una teoría sobre el origen de las especies que cambió la concepción de la vida para siempre?

El estudio de Gruber enseña la cantidad de hilos de pensamiento que deben entretejerse para formar una nueva y sólida teoría. La persona creativa, al estar buscando algo que nadie ha hecho antes, debe escrutar las oportunidades más infrecuentes y aprovecharlas sin vacilar. Y para reconocer lo infrecuente, se debe disponer de un tipo de conocimiento del mundo que sólo se obtiene moviéndose en él, teorizando y construyendo día a día una visión personal.

Podemos resaltar una serie de elementos detectados por Gruber en Darwin que pueden extenderse a la creatividad en general:

  • un interés apasionado (por la naturaleza, en este caso o por cualquier otro ámbito de la realidad),
  • entusiasmo,
  • aprendizaje autodidacta,
  • pertenencia a colectivos y agrupaciones, como la Sociedad de Plinio,
  • la capacidad de movilizar numerosas formas de pensamiento: observación, lectura, análisis, conversación, reflexión… combinarlas y extraer conclusiones de todas ellas,
  • anotar todo lo que se pasa por la cabeza, aunque en el momento parezca irrelevante,
  • cultivar intereses muy diversos y saber establecer relaciones entre ellos,
  • entornos creativos y abiertos

Gruber fue uno de los primeros en demostrar que la creatividad es un proceso, no un don, y que, por tanto, se puede aprender a ser creativo.

Este último factor es, actualmente, un mecanismo esencial de innovación. Un buen entorno nos enriquece. Para Gruber, el “contacto informal con algunos de sus profesores y compañeros fue la parte más importante” (Ídem, pg. 116) de la formación universitaria de Darwin. Las relaciones intelectuales en clave distendida, como cenas o paseos, resultan muy estimulantes puesto que permiten poner en común ideas sin ninguna presión; son un marco relajado en que el pensamiento fluye.

Fuentes
– Inching our way up to Mount Olympus: the evolving systems approach to creative thinking, H. E. Gruber y S. N. Davis. Capítulo del libro: The nature of creativity.  Editado por Robert J. Stemberg, Cambridge University Press, 1988.
Darwin sobre el hombre, un estudio psicológico de la creatividad científica. H. E. Gruber. Alianza Editorial, Madrid 1984.

Entrevista a un libro: laboratory life (la vida en un laboratorio)

Este mes entrevistamos a un libro basado en un estudio de dos años realizado por un joven filósofo francés, Bruno Latour, llevado a cabo en el Instituto Salk para estudios biológicos, y que posteriormente fue escrito en colaboración con un sociólogo inglés, Steve Woolgar.

 EC | Madrid | Enero 2013

1-¿Qué método emplea Bruno Latour para llevar a cabo su investigación?

El método empleado por Bruno  fue el de convertirse en parte del laboratorio, seguir de cerca los procesos diarios e íntimos de la actividad científica, mientras que  a la vez permanecía como un observador externo “interno”, un tipo de investigación antropológica para estudiar una cultura “científica”-seguir en detalle lo que los científicos hacen, cómo piensan y lo que piensan. Y considera importante poner entre paréntesis la familiaridad con el objeto de estudio, entendiendo como extraños aquellos aspectos de la actividad científica que se suelen dar por sentado.

2-¿Qué cosas sorprendieron a Bruno de lo que pudo observar en la actividad del laboratorio?

Creo que le sorprendió comprobar la enorme cantidad de material escrito que emana del laboratorio; de qué manera costosos aparatos, animales, productos químicos y actividades se combinan para producir un documento escrito valioso. Un intenso interés por la inscripción da lugar a una proliferación de archivos, documentos y diccionarios. Es como si se hubiese encontrado con una curiosa tribu que pasa la mayor parte del día codificando, marcando, alterando, corrigiendo, leyendo y escribiendo. La actividad del laboratorio se puede resumir como la persuasión a través de la inscripción literaria.

3-Presentas en tus páginas el laboratorio como un sistema de inscripción literaria cuyo resultado es llevar al resto a la convicción de que algo es un hecho. ¿En qué momento una declaración se transforma en un hecho?

Un hecho se transforma en tal cuando pierde todas las cualificaciones temporales y se incorpora a un largo cuerpo de conocimiento al que otros recurren. Para examinar de qué manera se construye un hecho, analizo el caso del TRF, la hormona liberadora de tirotropina.

4– En EC nos interesan los fenómenos relacionados con la inteligencia compartida, a la que dedicamos nuestro segundo número. ¿Tienes algo que decir sobre esto?

Una de las cuestiones que Bruno pudo comprobar a raíz de su investigación fue la manera en que los hechos pueden ser creados o destruidos durante intercambios conversacionales relativamente breves entre miembros del laboratorio. Nada parecía indicar, además, que esos intercambios comprendiesen un tipo de proceso de razonamiento marcadamente diferente de los intercambios en escenarios no científicos, y como en el caso de estos últimos, se trata de intercambios enormemente heterogéneos. Recojo en mis páginas ejemplos de conversaciones que muestran que una compleja red de evaluaciones entran simultáneamente en una deducción o decisión.

5– ¿Qué tipo de conversaciones se producían entre los científicos que forman parte del laboratorio analizado?

Se producían con frecuencia conversaciones sobre hechos conocidos, sobre alguna actividad (por ejemplo, la preparación de un ensayo), sobre aspectos teóricos, o sobre el trabajo de otros investigadores.

6-¿Qué es lo que impulsa a un científico a instalar instrumentos, escribir papeles, construir objetos y ocupar diferentes posiciones? ¿Qué es lo que lleva a un científico a pasar de un tema a otro, de un laboratorio a otro, escoger uno u otro método, estos u aquellos datos, esta o aquella forma estilística?

Los científicos hablan mucho del reconocimiento como recompensa, pero no parece ser lo único que les impulsa. El reconocimiento en última instancia se entiende como parte de un modelo económico integrado de producción de hechos. Recibir una recompensa se considera una pequeña porción de un ciclo más amplio de inversión en credibilidad. Los científicos se interesan los unos por los otros no porque se vean forzados por un sistema especial de normas a reconocer los logros de otros, sino porque cada uno necesita del otro para incrementar su propia producción de información veraz.

7-Estás suponiendo que los científicos son inversores en credibilidad, y por tanto el resultado es la creación de un mercado…

La información tiene valor porque permite a otros investigadores producir información, lo que facilita el retorno del capital invertido. Hay una demanda por parte de los otros investigadores, información que puede incrementar el valor de sus propios instrumentos, y hay una oferta de información de otros inversores. Las fuerzas de la oferta y la demanda crean el valor del producto. Teniendo en cuenta la fluctuación de este mercado, los científicos invierten su credibilidad donde se va a ver recompensada con más facilidad: con problemas interesantes, temas gratificantes, buenos métodos, compañeros fiables…

8-Una reflexión final…

Los científicos, con su actividad, crean orden a partir del desorden. El laboratorio en sí mismo genera desorden dentro de su recinto,  repleto de ordenadores, hojas de datos, libros de protocolo, diagramas, etc. El científico encuentra el orden entre este aparente caos.

Fuentes
– Latour, Bruno, y Woolgar, Steve. Laboratory life. The construction of scientific facts. Princeton university press, 1986.

Felices coincidencias

Un antiguo cuento persa relata las aventuras de 3 hermanos, príncipes de la isla Serendip, que lograban solucionar sus problemas a través de increíbles casualidades, y se pasaban la vida haciendo descubrimientos «por accidente y sagacidad», de cosas que ni siquiera se habían planteado. Esta leyenda da nombre al fenómeno que vamos a describir: la serendipia.

 EC | Madrid | Enero 2013

Fue Horace Walpole, un escritor y arquitecto británico, el primero en emplear este relato para referirse a sus propios descubrimientos accidentales, acuñando el término serendipia. ¿Qué habría sido de nuestra historia sin casualidades, sin errores, coincidencias, accidentes y ojos sagaces que fueron más allá? Pensemos en Arquímedes o en Colón, dos de los primeros ejemplos de serendipia. O, quizá, deberíamos decir pseudoserendipia.

Royston M. Roberts, autor de Serendipia, descubrimientos accidentales en la ciencia, inventa este término para distinguir entre la verdadera serendipia -los casos en que se descubre algo que no se buscaba- y aquellos en que se tiene la necesidad o intención de solucionar un problema, y de repente, un hecho inesperado y fortuito da la solución. El inventor del velcro no tenía intención alguna de crear un cierre cuando salió a pasear por el campo y volvió a casa con la ropa llena de unos cardos llamados cardamoños, que se resistían a ser arrancados de las prendas. Sin embargo, al ver la gran resistencia de los cardos, decidió observarlos al microscopio y vio que sus pinchos terminaban en diminutos ganchos. Esto le dio la idea de fabricar un sistema de cierre con dos cintas, e inmediatamente se puso a trabajar en ello. He aquí un auténtico caso de serendipia.

Debemos importantes avances en química al dormilón Kekulé, pionero de la Teoría de la Estructura Química. Este investigador logró resolver algunos problemas, como el de la complicada estructura del benzeno, tras haberse quedado dormido (en el piso superior de un autobús londinense y en su casa de Gante frente al fuego) y haber soñado cosas raras.  En este caso hemos de hablar de pseudoserendipia, ya que se buscaba una solución; lo peculiar fue la forma de encontrarla.

La vacuna de la viruela, una de las enfermedades más devastadoras, se debe a una coincidencia en vez de a un arduo trabajo de laboratorio. El médico Edward Jenner, recordó en el momento clave que, cuando era joven, una ordeñadora le había comentado que ella nunca sufriría ese mal, ya que había tenido “vaccinia”, una enfermedad transmitida por las vacas que tenían casi todas las ordeñadoras. Curiosamente, esas mujeres no solían enfermar de viruela, ni siquiera estando en contacto directo con quienes sí la padecían. Jenner tuvo el buen juicio de reflexionar acerca de ese comentario, y pensó que, mejor que intentar curar la viruela, sería evitar que la gente la contrajera.  Decidió inocular vaccinia a un niño, y dos meses después, viruela. El niño no la desarrolló. Tras proseguir sus ensayos, dio con la vacuna.

Muchos medicamentos han surgido de forma serendípica: la aspirina pretendió ser un antiséptico, con inútiles resultados. Pero en lugar de descartarse como fármaco, se reconoció su efectividad como analgésico y antipirético.

La vida entera de Flemming es una cadena de casualidades. Fleming es famoso por su descubrimiento de la penicilina, paradigma de la serendipia. Pero sin una experiencia previa de Sir Alexander, quizá la presencia de moho en la placa de petri que dio lugar a la penicilina, hubiese pasado desapercibida. Esta experiencia pasada no es muy agradable. Fleming estaba preocupado por los antisépticos usados en la época: causaban más mal que bien, porque destruían los glóbulos blancos. Una vez que cayó enfermo, se dedicó a estudiar sus propias flemas. Las recogía en platos de cultivo, y se llenaban de bacterias amarillas. En un momento de observación, una lágrima, debida, seguramente a su congestión, se le cayó al plato. Al día siguiente, había un círculo vacío de bacterias donde la lágrima había caído.  Entonces se dio cuenta de que debía haber alguna sustancia inofensiva para los tejidos humanos, pero eficaz contra las bacterias. Años después aplicó el mismo discurrimiento al moho del cultivo de la gripe. Él mismo relató:

“Si no fuera por la experiencia anterior (con la lisozima), yo habría tirado la placa, como muchos bacteriólogos debieron haberlo hecho antes”. (Ídem, pg. 252)

En 1889 unos investigadores estaban estudiando la función del páncreas en la digestión. No tenían en mente nada relacionado con la diabetes. Habían extirpado el páncreas a un perro. Un ayudante de laboratorio les llamó la atención sobre un enjambre de moscas que zumbaba sobre un charco de orina de ese perro. ¿Por qué atraía a las moscas? La analizaron y descubrieron que estaba cargada de glucosa. La presencia de esta sustancia en la orina indica diabetes, y como el perro en cuestión carecía de páncreas, comenzaron a sospechar una relación entre este órgano y la enfermedad. Este curioso incidente abrió la vía a futuras investigaciones sobre la diabetes, originó más experimentos y encarriló su estudio y posterior tratamiento. No fue hasta 1922 cuando empezó a utilizarse la insulina clínicamente, pero todo empezó con la extracción de un páncreas canino. De hecho, aquellos investigadores nunca fueron reconocidos por sus contribuciones a la digestión, sino como pioneros en el trabajo sobre la causa y control de la diabetes.

Este tipo de accidentes llegan a convertirse en descubrimientos por la sagacidad de la persona que topa con esos accidentes. Bien lo expresa la famosa cita de Pasteur, otro buen exponente de la serendipia: “En los campos de la observación, la casualidad favorece sólo a las mentes preparadas” (citado por Roberts, pg. 372)

La característica dominante de este tipo de mentes, tan proclives a los accidentes, es la curiosidad. Los accidentes presenciados despiertan en ellos una gran curiosidad que les hace ir más allá que sus compañeros.  Los tres sustitutos del azúcar se descubrieron azarosamente, por ejemplo, la sacarina: un preparado del laboratorio se derramó accidentalmente en la mano de un químico y, este, intrépido, lo probó y le supo extraordinariamente dulce. En seguida se percató de las posibilidades comerciales de aquella sustancia y comenzó a investigar.

“El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie ha pensado” (Albert Szent-Gyorgy).

Los errores y despistes han sido proverbiales. Grandes inventos han surgido a partir de productos mal hechos, como las célebres notitas autoadhesivas (Post-its), o de máquinas estropeadas, como cuando se descubrió la luna de Plutón mientras arreglaban un escáner que se había roto.  Incluso la torpeza propicia descubrimientos; un investigador tropezó y se cayó por una pendiente, en Tailandia, dándose de bruces con unas antiguas vasijas que llegaron a cambiar las teorías sobre la prehistoria.

La arqueología es uno de los campos más sujetos a la serendipia. Pompeya y Herculano se hallaron en 1709 durante la excavación de un pozo para la agricultura, los famosos guerreros chinos de terracota fueron encontrados casualmente por unos campesinos, y el Niño de Taung, a manos de unos trabajadores que buscaban cal en Johanesburgo en 1924. Hasta entonces, ni siquiera se pensaba que África fuese la cuna de la civilización. Obreros que encuentran cuevas a partir de un hueso que sobresale en una madriguera de conejo, mamuts en unas obras de construcción en Dakota del Sur 1974, mastodontes en Austin, Texas…

“En arqueología, casi nunca encontraréis lo que vais buscando.” Mary Leakey, arqueóloga.

Niños jugando han descubierto muchas cuevas y arte rupestre; los Rollos del Mar Muerto los encontró un niño beduino que buscaba a su cabra en unos escarpados riscos. Observó una pequeña abertura en uno de ellos y tiró una piedra. El sonido que produjo fue de cerámica rota, lo que condujo al gran hallazgo.

La lista de descubrimientos por serendipia es interminable. Seguro que el futuro nos depara más felices coincidencias. Pero para que lleguen a transformarse en descubrimientos, serán necesarias mentes preparadas y sagaces. Estas cualidades pueden adquirirse. Se debería animar a los estudiantes a ser flexibles en sus pensamientos e interpretaciones, a no evaluar sus resultados en función de correcto/incorrecto. Los resultados inesperados deben tenerse en cuenta, ya que, como hemos visto, puede que sirvan para otro propósito, o que conduzcan a otros descubrimientos, o que más tarde se demuestre su utilidad. Hay que valorar y promover la capacidad de observación y la curiosidad.

Fuentes
Serendipia, descubrimientos accidentales en la ciencia, Royston M. Roberts. Alianza Editorial. Madrid, 1992.

Los buscadores de especies

Desde que existe la humanidad, ha habido innumerables personas que han dejado atrás las comodidades del mundo conocido y se han adentrado en tierras ignotas en pos de un ideal. Los motivos de exploradores y descubridores son muy variados, desde aventureros que buscaban hacer fortuna allende los mares hasta misioneros que se creían en la obligación divina de extender su credo a otros pueblos. Un ideal del que hemos oído hablar poco es el que nos presenta Richard Conniff en su libro The Species Seekers: las ciencias naturales.

Hoy en día nos parece que los únicos que pueden dedicarse a descubrir misterios en la naturaleza son científicos ataviados de blanco en laboratorios dotados de microscopio. Sin embargo, desde que Linneo sembró en el s. XVIII la poderosa idea de que la clasificación de la Naturaleza estaba al alcance de todos, muchos de los aventureros que fueron a perseguir las maravillas del mundo natural tenían más ilusión que estudios. Soldados, cirujanos y médicos, escritores, coleccionistas, carpinteros, misioneros y sacerdotes—todo el mundo podía ser un naturalista, salir al campo y descubrir una especie nueva de escarabajo, un ave desconocida, una flor jamás descrita para la ciencia.

Hasta entonces, nos habíamos interesado en la naturaleza sobre todo para aprender cómo sacar provecho de ella. Pero desde el momento en que Europa y sus colonias se convencen de la importancia de conocer, describir y listar todas las especies del mundo, este ideal se apodera de muchas mentes y los arrastra a los más remotos rincones de la Tierra, desde las selvas del Gabón hasta las montañas de China.

No fue Charles Darwin el único en recorrer el mundo describiendo pinzones y mariposas; otros se adentraron en el Amazonas, como Henry W. Bates, de infatigable buen humor en medio de nubes de insectos, naufragios fluviales y otras catástrofes que sin embargo no dañaron la colección de 14,712 especies que consiguió recolectar. Otros se enfrentaron a bandidos, rebeliones armadas, e incluso persecuciones religiosas, como el Père Armand David, misionario católico francés que se embarcó en largas expediciones por tierras chinas, recorriendo lugares que pocos europeos habían pisado antes. Además de arbustos como las lilas que perfuman nuestros jardines, David describió el oso panda, contribuyó a salvar de la extinción al ciervo actualmente llamado del Padre David, y reflexionó sobre la alarmante velocidad a la que desaparecían especies y hábitats en China. Algunos exploradores ni siquiera descubrieron especies vivas, sino muertas y fosilizadas, hallazgos que agitaron considerablemente las narrativas hasta entonces en boga que explicaban la historia del planeta. Inquietos, inquisitivos, y con una capacidad infinita para sorprenderse, maravillarse, fueron forjando descripción tras descripción el conocimiento del mundo natural que ha llegado a nuestros días.

Aunque muchos buscaron el reconocimiento y la gloria por sus descubrimientos, otros tantos se conformaron con la satisfacción de saberse los primeros en penetrar el misterio de aquella especie en particular, de observar con ojos de naturalista aquella ave antes que nadie, y poder compartirlo con el resto del mundo.

Fuentes
Richard Conniff. The Species Seekers. Heroes, Fools, and the Mad Pursuit of Life on Earth. W. W. Norton & Company. New York, London. 2011

Noticias científicas para niños

La Sociedad para la Ciencia y el Público (SSP, por sus siglas en inglés) lanzó en 2003 la web Science News for Kids (noticias científicas para chicos). Esta sociedad, fundada en 1921, busca facilitar el conocimiento por parte del público de las Ciencias, e impulsar el papel informador, educador e inspirador de las mismas. Desde 1922 publica la revista Science News, que cubre diariamente todos los campos de las ciencias, y que llega a los 10 millones de lectores. La revista Science News for Kids, nacida con el mismo espíritu, pretende que el conocimiento científico se extienda entre los chicos y jóvenes.

La web está organizada en diferentes secciones, que hacen referencia a los átomos y fuerzas, la tierra y el cielo, los humanos y la salud, la vida, y tecnología y matemáticas. La página está pensada para que pueda ser utilizada tanto por los chicos, como por sus padres o por los docentes. Se ha realizado un trabajo con profesores de ciencias para clasificar las historias de Science News for Kids por materias, facilitando a los padres, educadores y estudiantes material de interés para sus clases.

La SSP también administra programas educativos, incluyendo el programa Intel de búsqueda de talentos científicos entre jóvenes (Intel Talent Search), y la Feria Internacional de Ciencia e Ingeniería Intel, y ofrece becas para profesores.

Fuentes
Science New for Kids
Society for science