Felices coincidencias

Un antiguo cuento persa relata las aventuras de 3 hermanos, príncipes de la isla Serendip, que lograban solucionar sus problemas a través de increíbles casualidades, y se pasaban la vida haciendo descubrimientos «por accidente y sagacidad», de cosas que ni siquiera se habían planteado. Esta leyenda da nombre al fenómeno que vamos a describir: la serendipia.

 EC | Madrid | Enero 2013

Fue Horace Walpole, un escritor y arquitecto británico, el primero en emplear este relato para referirse a sus propios descubrimientos accidentales, acuñando el término serendipia. ¿Qué habría sido de nuestra historia sin casualidades, sin errores, coincidencias, accidentes y ojos sagaces que fueron más allá? Pensemos en Arquímedes o en Colón, dos de los primeros ejemplos de serendipia. O, quizá, deberíamos decir pseudoserendipia.

Royston M. Roberts, autor de Serendipia, descubrimientos accidentales en la ciencia, inventa este término para distinguir entre la verdadera serendipia -los casos en que se descubre algo que no se buscaba- y aquellos en que se tiene la necesidad o intención de solucionar un problema, y de repente, un hecho inesperado y fortuito da la solución. El inventor del velcro no tenía intención alguna de crear un cierre cuando salió a pasear por el campo y volvió a casa con la ropa llena de unos cardos llamados cardamoños, que se resistían a ser arrancados de las prendas. Sin embargo, al ver la gran resistencia de los cardos, decidió observarlos al microscopio y vio que sus pinchos terminaban en diminutos ganchos. Esto le dio la idea de fabricar un sistema de cierre con dos cintas, e inmediatamente se puso a trabajar en ello. He aquí un auténtico caso de serendipia.

Debemos importantes avances en química al dormilón Kekulé, pionero de la Teoría de la Estructura Química. Este investigador logró resolver algunos problemas, como el de la complicada estructura del benzeno, tras haberse quedado dormido (en el piso superior de un autobús londinense y en su casa de Gante frente al fuego) y haber soñado cosas raras.  En este caso hemos de hablar de pseudoserendipia, ya que se buscaba una solución; lo peculiar fue la forma de encontrarla.

La vacuna de la viruela, una de las enfermedades más devastadoras, se debe a una coincidencia en vez de a un arduo trabajo de laboratorio. El médico Edward Jenner, recordó en el momento clave que, cuando era joven, una ordeñadora le había comentado que ella nunca sufriría ese mal, ya que había tenido “vaccinia”, una enfermedad transmitida por las vacas que tenían casi todas las ordeñadoras. Curiosamente, esas mujeres no solían enfermar de viruela, ni siquiera estando en contacto directo con quienes sí la padecían. Jenner tuvo el buen juicio de reflexionar acerca de ese comentario, y pensó que, mejor que intentar curar la viruela, sería evitar que la gente la contrajera.  Decidió inocular vaccinia a un niño, y dos meses después, viruela. El niño no la desarrolló. Tras proseguir sus ensayos, dio con la vacuna.

Muchos medicamentos han surgido de forma serendípica: la aspirina pretendió ser un antiséptico, con inútiles resultados. Pero en lugar de descartarse como fármaco, se reconoció su efectividad como analgésico y antipirético.

La vida entera de Flemming es una cadena de casualidades. Fleming es famoso por su descubrimiento de la penicilina, paradigma de la serendipia. Pero sin una experiencia previa de Sir Alexander, quizá la presencia de moho en la placa de petri que dio lugar a la penicilina, hubiese pasado desapercibida. Esta experiencia pasada no es muy agradable. Fleming estaba preocupado por los antisépticos usados en la época: causaban más mal que bien, porque destruían los glóbulos blancos. Una vez que cayó enfermo, se dedicó a estudiar sus propias flemas. Las recogía en platos de cultivo, y se llenaban de bacterias amarillas. En un momento de observación, una lágrima, debida, seguramente a su congestión, se le cayó al plato. Al día siguiente, había un círculo vacío de bacterias donde la lágrima había caído.  Entonces se dio cuenta de que debía haber alguna sustancia inofensiva para los tejidos humanos, pero eficaz contra las bacterias. Años después aplicó el mismo discurrimiento al moho del cultivo de la gripe. Él mismo relató:

“Si no fuera por la experiencia anterior (con la lisozima), yo habría tirado la placa, como muchos bacteriólogos debieron haberlo hecho antes”. (Ídem, pg. 252)

En 1889 unos investigadores estaban estudiando la función del páncreas en la digestión. No tenían en mente nada relacionado con la diabetes. Habían extirpado el páncreas a un perro. Un ayudante de laboratorio les llamó la atención sobre un enjambre de moscas que zumbaba sobre un charco de orina de ese perro. ¿Por qué atraía a las moscas? La analizaron y descubrieron que estaba cargada de glucosa. La presencia de esta sustancia en la orina indica diabetes, y como el perro en cuestión carecía de páncreas, comenzaron a sospechar una relación entre este órgano y la enfermedad. Este curioso incidente abrió la vía a futuras investigaciones sobre la diabetes, originó más experimentos y encarriló su estudio y posterior tratamiento. No fue hasta 1922 cuando empezó a utilizarse la insulina clínicamente, pero todo empezó con la extracción de un páncreas canino. De hecho, aquellos investigadores nunca fueron reconocidos por sus contribuciones a la digestión, sino como pioneros en el trabajo sobre la causa y control de la diabetes.

Este tipo de accidentes llegan a convertirse en descubrimientos por la sagacidad de la persona que topa con esos accidentes. Bien lo expresa la famosa cita de Pasteur, otro buen exponente de la serendipia: “En los campos de la observación, la casualidad favorece sólo a las mentes preparadas” (citado por Roberts, pg. 372)

La característica dominante de este tipo de mentes, tan proclives a los accidentes, es la curiosidad. Los accidentes presenciados despiertan en ellos una gran curiosidad que les hace ir más allá que sus compañeros.  Los tres sustitutos del azúcar se descubrieron azarosamente, por ejemplo, la sacarina: un preparado del laboratorio se derramó accidentalmente en la mano de un químico y, este, intrépido, lo probó y le supo extraordinariamente dulce. En seguida se percató de las posibilidades comerciales de aquella sustancia y comenzó a investigar.

“El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y pensar lo que nadie ha pensado” (Albert Szent-Gyorgy).

Los errores y despistes han sido proverbiales. Grandes inventos han surgido a partir de productos mal hechos, como las célebres notitas autoadhesivas (Post-its), o de máquinas estropeadas, como cuando se descubrió la luna de Plutón mientras arreglaban un escáner que se había roto.  Incluso la torpeza propicia descubrimientos; un investigador tropezó y se cayó por una pendiente, en Tailandia, dándose de bruces con unas antiguas vasijas que llegaron a cambiar las teorías sobre la prehistoria.

La arqueología es uno de los campos más sujetos a la serendipia. Pompeya y Herculano se hallaron en 1709 durante la excavación de un pozo para la agricultura, los famosos guerreros chinos de terracota fueron encontrados casualmente por unos campesinos, y el Niño de Taung, a manos de unos trabajadores que buscaban cal en Johanesburgo en 1924. Hasta entonces, ni siquiera se pensaba que África fuese la cuna de la civilización. Obreros que encuentran cuevas a partir de un hueso que sobresale en una madriguera de conejo, mamuts en unas obras de construcción en Dakota del Sur 1974, mastodontes en Austin, Texas…

“En arqueología, casi nunca encontraréis lo que vais buscando.” Mary Leakey, arqueóloga.

Niños jugando han descubierto muchas cuevas y arte rupestre; los Rollos del Mar Muerto los encontró un niño beduino que buscaba a su cabra en unos escarpados riscos. Observó una pequeña abertura en uno de ellos y tiró una piedra. El sonido que produjo fue de cerámica rota, lo que condujo al gran hallazgo.

La lista de descubrimientos por serendipia es interminable. Seguro que el futuro nos depara más felices coincidencias. Pero para que lleguen a transformarse en descubrimientos, serán necesarias mentes preparadas y sagaces. Estas cualidades pueden adquirirse. Se debería animar a los estudiantes a ser flexibles en sus pensamientos e interpretaciones, a no evaluar sus resultados en función de correcto/incorrecto. Los resultados inesperados deben tenerse en cuenta, ya que, como hemos visto, puede que sirvan para otro propósito, o que conduzcan a otros descubrimientos, o que más tarde se demuestre su utilidad. Hay que valorar y promover la capacidad de observación y la curiosidad.

Fuentes
Serendipia, descubrimientos accidentales en la ciencia, Royston M. Roberts. Alianza Editorial. Madrid, 1992.

La curiosidad

La curiosidad es un gran recurso, una ventaja evolutiva y una de las principales características del ser humano. Cierto que en ocasiones puede ser un impulso excesivo y desmesurado, de ahí quizá la advertencia en forma de refrán. Pero del cultivo de la curiosidad nacen los científicos, los exploradores, descubridores…

 EC | Madrid | Enero 2013

Miguelito va con su madre a la compra. De pronto, se para y se agacha junto a un trozo de césped:

– Mira, mami, ¡un caracol!

Puede que su madre tenga prisa, o que esté dándole vueltas a algún problema o, simplemente, enfrascada en sus pensamientos. Sin apenas mirar a su hijo, tira de su mano y le dice:

– Venga, venga, no te distraigas con tonterías.

Sin quererlo, está poniendo una losa sobre el espíritu curioso de Miguelito, de forma que, poco a poco, losa tras losa, esa curiosidad infantil se va aplastando hasta desaparecer. La madre, sin darse cuenta, está acabando con la curiosidad del niño. Le transmite el mensaje de que observar, querer aprender, es una tontería, una pérdida de tiempo. Quizá, si no disponía de tiempo para acercarse a mirar el caracol, la madre habría podido aprovechar para decirle que luego buscarían un libro sobre caracoles, o que le enseñaría a dibujar uno. Es fácil estimular la curiosidad e interés de los niños, pero también lo es relegar esas características al olvido si no se les hace caso.

En Energía Creadora ya hemos hablado de cómo la curiosidad es una de las mayores cualidades de los niños, y de lo triste que es que se vaya perdiendo con el paso de los años.

Los niños son como pequeños científicos: en sus cabecitas se amontonan preguntas, hipótesis, dudas… Necesitan comprender una enorme cantidad de hechos que, para nosotros, la fuerza de la costumbre ha vuelto completamente normales.  Todo lo quieren saber, probar y experimentar por sí mismos. A veces nos sobrepasan; su curiosidad es arrolladora. Esto va implícito en la etimología de la palabra: “cur”, en latín, significa ¿por qué? Podríamos afirmar que la curiosidad es una disposición natural a preguntar ¿por qué?

Los expertos en aprendizaje se están dando cuenta de que es fundamental cultivar esa curiosidad y utilizarla como acicate educativo. Dice Ricard Huguet que algo falla en la educación cuando los niños empiezan el colegio deseando ser astronautas, y lo terminan queriendo ser funcionarios. Hay que mantener viva la chispa de la curiosidad.

“Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación formal” Einstein

“El ser humano es un animal naturalmente predispuesto a explorar y conocer el mundo que le rodea. Su curiosidad no se limita a aspectos descriptivos acerca del ambiente circundante inmediato, como la pregunta ¿qué es eso? Ya en la primera infancia, las preguntas inquisitivas sobre “lo que es” dan rápidamente el salto hacia un proceso activo y operacional de experimentación: ¿cómo funciona eso?, ¿qué sucede si…?” (Curiosidad y el placer de aprender, pg. 134)

Sin embargo, la curiosidad es una fortaleza humana poco estudiada hasta ahora, a pesar de ser muy productiva: posee gran relevancia en ámbitos como la creatividad, el ocio y las relaciones sociales y aplicaciones en psicología educativa, deportiva, organizacional y clínica. Aunque la curiosidad puede ser una característica universal del ser humano, cada individuo posee intereses personales y difieren en su receptividad a la novedad y los desafíos, y en la intensidad, frecuencia y sostenibilidad de sus estados de curiosidad.

La curiosidad es un fenómeno emergente, un impulso interno, un comportamiento lúdico que busca explorar y experimentar lo nuevo y desconocido. Está relacionada con el interés, el flow y la motivación intrínseca. Definimos curiosidad como la búsqueda deliberada de la novedad y las ocasiones desafiantes. Constituye una importante dimensión de la inteligencia, ya que representa la fuente principal del deseo de saber, de las ganas de aprender.

Podemos hablar de dos tipos de curiosidad: la duradera y la temporal.

  • La curiosidad característica o duradera alude a la diferente disposición hacia comportamientos curiosos. Una persona con mucha curiosidad tiene tendencia a la novedad, prefiere la complejidad, la incertidumbre y el conflicto. Por eso es más probable que busque actividades con esas características y tiene estas experiencias más fácilmente y a menudo.
  • Por su parte, la curiosidad temporal o de tarea, es un estado de curiosidad temporal evocado por una actividad en curso. Implica una transacción entre la persona y el entorno. Cuando son curiosos, los individuos están activamente involucrados en la búsqueda de un disfrute personal. Y es que la curiosidad está asociada al juego, al disfrute, a la satisfacción que proporciona aprender y descubrir. Reforzar la curiosidad momentánea sirve para fomentar la curiosidad duradera.

Aprender llevado por la curiosidad es despertar el placer de conocer, comprender, descubrir, construir el conocimiento… La curiosidad va asociada al aprendizaje a lo largo de toda la vida, siempre y cuando se haya adquirido ese gusto por conocer.

La curiosidad no es sólo un incentivo para el aprendizaje, sino que ella misma se debe aprender y cultivar.

La curiosidad es un estado psicológico maleable, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes; ya hemos visto lo fácil que es influir negativamente en su desarrollo y mermarla. Pero también se puede alimentar y desarrollar. En todo caso, es una característica que está fuertemente influenciada por el contexto social. Entornos inquietos, curiosos y abiertos a la novedad generan individuos curiosos, creativos, ocurrentes…  La curiosidad es, a su vez, un factor social imprescindible para las culturas vivas y los sistemas dinámicos.

¿Qué podemos hacer para que la curiosidad florezca?

  • La mejor forma de incentivar la curiosidad de un niño es hacer caso y responder a sus preguntas.
  • Incitar a los niños a la observación, a que se hagan preguntas y así descubran el mundo que les rodea.
  • Compartir su interés y curiosidad por el mundo.
  • Proporcionarle libros, visitas, experiencias, etc. que estimulen su interés.
  • Hablar con él y formularle preguntas sobre lo que sabe, animarle a averiguar más cosas.
Fuentes
– Curiosidad y el placer de aprender. El papel de la curiosidad en el aprendizaje creativo. Hugo Assmann. PPC. Madrid, 2005.
Cómo desarrollar la mente de su hijo. Robert Fisher. Obelisco. Barcelona 2003.

El aprendizaje por descubrimiento

Los niños pequeños preguntan, observan, imitan, experimentan… su entorno les parece misterioso y lleno de enigmas que tratan de descifrar por sí mismos. Aprenden ellos solos descubriendo el mundo que les rodea. Es el tipo de aprendizaje más natural del ser humano, y debería utilizarse más en las aulas, pero requiere mucho tiempo y esfuerzo.

EC | Madrid | Enero 2013

Nuestro principal medio de aprendizaje es el descubrimiento, sobre todo en la infancia. Sin embargo, a nivel académico, no se ha hecho mucho énfasis en él. Se ha fomentado más un tipo de enseñanza de carácter deductivo, basado en las enseñanzas transmitidas por el profesor, quien presenta problemas a los alumnos para que estos los resuelvan aplicando conceptos generales.

En cambio, el aprendizaje por descubrimiento es un tipo de aprendizaje en el que no se reciben los contenidos de forma pasiva, sino que el sujeto descubre por sí mismo los conceptos y sus relaciones y los reordena para adaptarlos a su esquema cognitivo. La enseñanza por descubrimiento coloca en primer plano el desarrollo de las destrezas de investigación e incide en la solución de los problemas. Por eso es especialmente adecuada para potenciar la inteligencia científica.

Según el creativo Jeremy Baka, los niños de preescolar hacen unas 100 preguntas al día. La mayoría de esas preguntas pueden parecer estúpidas, pero según Baka, ¿no debió sentirse estúpido Einstein al cuestionar toda la física anterior?

La pedagogía ha prestado atención al descubrimiento como forma de aprendizaje. Dos de sus principales defensores han sido Piaget y Jerome Bruner.

Piaget planteó, en su teoría del aprendizaje, que los niños se desarrollan intelectualmente mediante su actividad física y mental, gracias a las interacciones con el medio ambiente. Quiso demostrar que el aprendizaje no se adquiere por la acumulación pasiva de conocimiento, sino por mecanismos internos de asimilación y acomodación.  Los niños son capaces de crear su propio conocimiento mediante las acciones o situaciones que se le presenten.

Bruner ha dedicado toda su carrera a investigar los procesos de enseñanza y aprendizaje. El aprendizaje por descubrimiento es una de las principales implicaciones de su pedagogía, que se basa en los siguientes puntos:

  • Predisposición de los niños hacia el aprendizaje.
  • El modo de estructurar un conjunto de conocimientos para que sea interiorizado lo mejor posible por el estudiante.
  • Las secuencias más efectivas para presentar un material.
  • La naturaleza de los premios y castigos.

Para el psicólogo norteamericano, el aprendizaje es un proceso activo, de asociación y construcción. Por eso, el instructor debe motivar a los estudiantes a que ellos mismos descubran relaciones entre conceptos y construyan proposiciones. Debe encargarse de que la información con la que el estudiante interacciona esté en un formato apropiado para su estructura cognitiva.

Esta forma de aprender encuentra hoy en día una gran compañera en las nuevas tecnologías. Las propias características de los aparatos y ambientes tecnológicos exigen que cada uno aprenda muchas cosas por sí mismo mediante la curiosidad y la exploración de la utilidad de los nuevos dispositivos o aplicaciones. Aprender de manera independiente y por cuenta propia se ha convertido hoy en un componente fundamental de la experiencia de aprendizaje. Cada vez va haciéndose más hueco en el aprendizaje reglado, aunque su aplicación efectiva no es fácil.

En primer lugar, requiere muchísimo trabajo previo por parte del profesor. El hecho de que sea un aprendizaje natural no significa que haya que dejar a los niños a su aire. Debe ser un aprendizaje guiado, pero a la vez, percibido como un juego. Los alumnos deben tener la impresión de que en el aula exploran, investigan y “hacen cosas”. Para que el aprendizaje resulte efectivo y productivo, los profesores han de tener las clases muy bien preparadas. Es, por tanto, una metodología más compleja y elaborada de lo que puede parecer a simple vista.

¿Cómo se puede aplicar en el aula?

Al ser un tipo de aprendizaje global e integral, no existe una serie de pasos específicos para llevarlo a cabo, aunque sí que se pueden dar unas directrices de cómo introducir a los alumnos en las actividades de aprendizaje por descubrimiento. Estas son algunas de ellas:

  1. Lanzar una pregunta intrigante a los alumnos.
  2.  Proporcionar material, previamente organizado, para que los alumnos puedan trabajar sobre el tema en cuestión.
  3.  Invitar a los alumnos a que hagan suposiciones intuitivas basadas en pruebas insuficientes y que luego confirmen sistemáticamente esas suposiciones.
  4.  Organizar la clase para que los alumnos aprendan a partir de su propia implicación activa.
  5.  Ayudar a construir sistemas internos de codificación dentro de los cuales una persona puede organizar diferentes aspectos de un concepto general.

Los sistemas educativos están comenzando a alentar este tipo de aprendizaje. En el aprendizaje por competencias no deja de aludirse al aprendizaje por descubrimiento. Por ejemplo, la competencia básica de aprender a aprender, remite al aprendizaje por uno mismo, la actitud exploradora, la construcción del propio conocimiento…

“Descubrir cosas es positivo y da placer” (Daniel Goleman)

Sin embargo, este tipo de enseñanza cuenta con algunas desventajas que dificultan su aplicación sistemática. Por un lado tenemos la gran cantidad de trabajo previo que supone por parte del profesor. Este debe planear cuidadosamente y con antelación los distintos puntos y contenidos de cada aspecto a trabajar. No se puede dejar a la improvisación. Por otra parte, dada su propia naturaleza, es un proceso bastante lento y dispar, ya que cada niño aprende a su ritmo. Para que este aprendizaje pudiera implantarse a nivel global, deberían reformarse los tiempos, estructuras… en definitiva una reforma profunda del sistema escolar que, de momento, no tiene pinta de producirse. Pero, en la medida de lo posible, sí que se deberían introducir elementos del aprendizaje por descubrimiento en determinados momentos y materias.

Fuentes
– Curiosidad y el placer de aprender. El papel de la curiosidad en el aprendizaje creativo. Hugo Assmann. PPC. Madrid, 2005.
Educación para el éxito

El pensamiento crítico

Un físico británico voló hasta Argentina para encontrarse con la mujer con quien llevaba meses chateando, una modelo checa.  Al llegar a su destino, le  informaron de que la chica había tenido que viajar a Perú, olvidando una maleta con pertenencias importantes. ¿Sería tan amable el científico de ir al encuentro de la modelo y, de paso, llevarle la maleta? “No hay problema”, debió pensar el inglés, que se encuentra preso en Argentina por tráfico de drogas.  En el interior de la maleta hallaron 2 kilos de cocaína.

 EC | Madrid | Diciembre 2012

El pensamiento crítico nos ayuda a conocer bien la realidad para, así, tomar buenas decisiones. Implica pensar de forma reflexiva y productiva, evaluando las distintas opciones disponibles. Pensar críticamente sirve para actuar con responsabilidad sobre el mundo y vincularnos socialmente. Hay que empezar por elegir bien la fuente de información. ¿Es fiable lo que estoy conociendo, es cierto, es bien intencionado? Luego viene nuestra clarificación y comprensión de la información: ¿cómo asimilo lo que estoy aprendiendo? Una vez que se ha procesado bien la información, hay que utilizarla, lo cual requiere responsabilidad y creatividad, dos elementos complementarios de la crítica. Existe todo un proceso de comprensión que se va aprendiendo a medida que se realiza.

El pensamiento crítico se caracteriza por:
–      No admitir como verdadera una información si no se puede contrastar
–      No admitir conclusiones precipitadas o que producirán daños a los demás
–      No admitir dogmas, ideas que uno no puede argumentar o creencias que sean perjudiciales
–      Obligarse a argumentar y a esperar hasta llegar a una conclusión o tomar una decisión que sean responsables y beneficiosas para uno mismo y los demás

Es decir, que niños y adolescentes han de aprender a ser críticos, y la escuela es un lugar ideal para fomentar este pensamiento, sobre todo durante la adolescencia. Esta etapa supone un importante periodo de transición en el desarrollo del pensamiento crítico, dados los cambios cognitivos que se producen en ella, entre los que cabe destacar:

  • el incremento de la velocidad de los procesos de automatización y la capacidad de procesamiento de información, que permite reservar recursos para otros propósitos
  • mayor amplitud de conocimientos en diversos dominios
  • más habilidad para producir nuevas combinaciones de conocimientos
  • mayor variedad y uso más espontáneo de estrategias o procedimientos para aplicar u obtener conocimientos, como la planificación, la consideración de alternativas…

El psicólogo Robert Sternberg considera necesarias para la vida cotidiana de los adolescentes las siguientes habilidades críticas ante la existencia de un problema: redefinir el problema con mayor claridad, enfocar el problema sin dar por sentado que existe una sola respuesta adecuada y sin que la solución implique cumplir un criterio inamovible, tomar decisiones de relevancia personal, obtener información, pensar en grupo y desarrollar enfoques a largo plazo.

El sentido crítico consiste en no aceptar ninguna opinión –propia o ajena- sin analizarla detenidamente, sobre todo si se trata de temas importantes; comprobar si la opinión o información recibida es clara, coherente, si está justificada por razones o hechos, y si sus consecuencias son aceptables. Y siempre estar dispuesto a corregir la propia opinión si hay otra mejor fundada. Debemos evaluar tanto nuestros propios argumentos, para no caer en el dogmatismo, como los de los demás. El pensamiento crítico nos dice que hay que comprobar la fuerza de las “evidencias” y estar dispuesto a rendirse ante evidencias más fuertes.

También los padres pueden estimular el sentido crítico de sus hijos; el mejor modo de hacerlo es a través de la conversación. Hay ciertas preguntas que podemos utilizar para guiar la conversación (no se trata de formularlas todas ni de hacer un interrogatorio). Debemos dar a los chicos un breve tiempo para que piensen la respuesta, y no anticiparnos ni responder por ellos. Michel de Sasseville, en La práctica de la filosofía con niños, propuso una serie de preguntas orientadoras para hacer razonar a los niños.

Algunas de ellas (también las pueden plantear los profesores en clase) son:

  • ¿Por qué dices eso?
  • ¿Qué quieres decir con…?
  • ¿Cómo lo sabes?
  • ¿Puedes probarlo?
  • ¿Y que pasaría si…?
  • ¿Qué piensas tú?
  • ¿Cómo solucionarías tal problema?
  • ¿Qué podría suceder ahora?
  • ¿Qué se puede hacer al respecto?
  • ¿No te parece que lo que dice X es más adecuado?
  • ¿Puedes ponerme un ejemplo de lo que dices?

Cualquier tema es apto para generar una charla con nuestros hijos: algo que les haya pasado, los anuncios, un suceso o noticia… En definitiva, los padres debemos esforzarnos por inculcar un sentido crítico. Algunos consejos generales:

  • Compartir y discutir cualquier pregunta que nos intrigue a nosotros o a nuestros hijos.
  • Pedir a los niños que definan el significado de las palabras que utilizan.
  • Invitarlos a pensar si algo es verdadero o no.
  • Comprobar si lo que dice el niño está basado en razones y evidencias.
  • Animarle a que explique lo que quiere decir y a que comparta ideas con los demás.
  • Ayudar a los niños a considerar las ideas desde diferentes puntos de vista.
  • Pensar bien significa estar dispuesto a poner a prueba y a cambiar nuestras propias ideas.

El pensamiento crítico puede comenzar a enseñarse desde la niñez. Algunos expertos opinan que debe empezar a hacerse en primaria. Matthew Lipman, un filósofo y educador estadounidense, diseñó un programa de filosofía para niños que actualmente se aplica en más de 50 países de todo el mundo. Esta propuesta no pretende adoctrinar a los niños en un conjunto de valores, sino proporcionarles las bases y herramientas necesarias para un pensamiento independiente.

El programa va dirigido a niños desde los 3 a los 18 años, y se apoya en una serie de relatos filosóficos en forma de cuentos y novelas, como Lisa o El descubrimiento de Harry; libros de formación para docentes y metodología pedagógica para organizar los cursos. Los textos para los alumnos, adaptados a las diferentes edades, funcionan como “disparadores filosóficos”: suscitan preguntas de fondo ético, promueven la discusión, la interrogación sobre el mundo, etc., estimulando la curiosidad y el asombro de los niños para desarrollar un pensamiento complejo y una actitud crítica, creativa y de preocupación por los demás.

Fuentes
– Cómo desarrollar la mente de su hijo. Robert Fisher. Obelisco, Barcelona 2003.
La pratique de la philosophie avec les enfants, Michel de Sasseville. Presses de l’Univiersié Laval. Qébec, 2000.
Filosofía para Niños

Documental de filosofía para niños

En EC pensamos que el cine puede ser, aparte de un entretenimiento, un excelente vehículo para transmitir ideas y experiencias, para inducir a la reflexión, dar a conocer situaciones e iniciativas y, en definitiva, una herramienta para generar un cambio en el espectador. Hasta ahora no hemos recomendado ningún título, pero hemos dado con un documental francés que parece hecho para este número.

Se trata de Sólo es el principio, dirigido por Jean-Pierre Pozzi y Pierre Barougier en 2010, y narra las andaduras de un peculiar proyecto educativo: un curso de filosofía para niños. A pesar de contar apenas 3 y 4 años de edad, los protagonistas de esta película dan muestras de una temprana capacidad de reflexión, de desarrollo del pensamiento propio y de un civismo y sensatez envidiables. Es sorprendente cómo niños tan pequeños son capaces de expresarse acerca de cuestiones tan abstractas y  trascendentales como el amor, la inteligencia, la familia o  la libertad si se les da la oportunidad de hacerlo. Como refleja el documental, sólo hay que darles la palabra.

Estos talleres se inspiran en el Programa de Filosofía para Niños de Lipman, del que hemos hablado en el artículo El pensamiento crítico,  cuyo fin era que los niños, más que aprender contenidos, aprendiesen a pensar.

La película nos introduce en estas veladas, que se desarrollan en torno a una simbólica vela, encendida por la maestra Pascaline al inicio de cada sesión. A lo largo de los meses, vemos cómo mejora la escucha de los pequeños, su actitud ante opiniones diferentes, cómo mejora el diálogo con sus familias y, sobre todo, cómo crecen intelectual y emocionalmente.

Este y otros filmes como La educación prohibida, los también franceses Ser y tenerLa clase, o Profesor Lazhar, reflejan el interés del cine en un tema crucial para la sociedad como lo es la educación, y contribuyen a llamar la atención de la opinión pública sobre ella.