¿Decide la técnica nuestro modo de vida?

A estas alturas resulta imposible concebir una vida sin tecnología. Las aplicaciones técnicas han ido proliferando desde nuestros más lejanos orígenes para facilitarnos las condiciones de vida. En la actualidad esta proliferación alcanza cotas abrumadoras. Por eso, la pregunta sobre la influencia que la técnica ejerce sobre nosotros nos parece extremadamente oportuna.

EC | Madrid | Diciembre 2012

La cuestión es ¿los aparatos que se inventan, son neutros e inocuos? Es decir, ¿sus resultados y efectos dependen del uso que se les dé? O, por el contrario, ¿pueden darse casos en que cierto efecto –no estrictamente técnico- esté previsto de antemano? Si pensamos en la carrera armamentística, la industria de la guerra, etc. vemos claro este último caso. Los sistemas técnicos se encuentran profundamente entretejidos con las condiciones de la política moderna. Pero hay muchos otros ejemplos en que dicha perspectiva es mucho más sutil, y se debe rastrear la historia y las condiciones de aparición de esos elementos técnicos.
Langdon Winner es profesor de Humanidades y Ciencias Sociales en el Rensselaer Polytechnic Institute, Nueva York. Especialista en filosofía de la tecnología, a principios de los años 80 lanzó al mundo una provocativa pregunta: ¿hacen política los artefactos? Todos sabemos que los entes políticos son las personas, no las cosas. Pretender que estas pueden tener alguna implicación política o social intencionada puede parecer descabellado. Solemos pensar que las tecnologías son meras herramientas neutrales que pueden utilizarse para algo bueno o algo malo (un cuchillo se usa, generalmente, para cortar un filete, pero puede ser un arma). Ese uso depende exclusivamente de la persona, no del instrumento en sí. Pero no nos paramos a pensar si un determinado invento pudo haber sido diseñado y construido de forma que produjera una serie de consecuencias lógica y temporalmente previas a sus usos corrientes.

Más importante que la tecnología misma, lo es el sistema social o económico en el que se encarna.

La teoría de las políticas tecnológicas se ocupa del estudio de los sistemas sociotécnicos a gran escala, de la respuesta de las sociedades modernas a ciertos imperativos tecnológicos y, en definitiva, de la adaptación de los fines humanos a los medios técnicos. Con ello ofrece un nuevo conjunto de explicaciones e interpretaciones sobre el crecimiento de la cultura material moderna, tomando más en serio que otras concepciones los artefactos técnicos. Esta perspectiva identifica ciertas tecnologías como fenómenos políticos por sí mismas. Nos conduce, en palabras de Husserl, “a las cosas en sí mismas”.

Langdon Winner, en el citado artículo ¿Tienen política los artefactos? (Do Artifacts Have Politics?), publicado en 1983 en The Social Shaping of Technology (D. MacKenzie y otros, Philadelphia: Open University Press, 1985), ilustra estas teorías con unos interesantes ejemplos.

Destaca el caso del controvertido arquitecto Robert Moses, que Winner toma del biógrafo Robert Caro. Moses fue el más importante urbanista de Nueva York entre las décadas de 1920 y 1970, por lo tanto, responsable de gran parte de lo que esta ciudad es en la actualidad. Una de sus principales construcciones fueron una serie de puentes y pasos elevados. Llama la atención que los doscientos pasos elevados de Long Island son extraordinariamente bajos en comparación con estructuras similares en otros lugares estadounidenses. Según Caro, esto responde al hecho de que Moses no quería que las clases bajas y las minorías de color accedieran a dicha zona, pensada para el ocio y disfrute de los acomodados, en especial a Jones Beach, el parque “público” del que Moses se sentía más orgulloso. En aquella época, sólo los pudientes disponían de automóvil, cuya escasa altura permitía circular sin problemas por los puentes de Moses. Pero los pobres viajaban en transporte público, y los autobuses no cabían por esos puentes. Esta pretensión de restringir el acceso a la gente sin recursos, quedó ratificada cuando el arquitecto (que gozaba de gran influencia política), vetó una propuesta de ampliar el ferrocarril desde Long Island a Jones Beach.

Robert Moses no podía impedir públicamente el acceso de los desfavorecidos a esos lugares, sin embargo, consiguió lo que quería por medio de la técnica. De un modo silencioso, sus construcciones dan amparo al racismo y a la exclusión, y lo siguen haciendo años después de su muerte. Esta forma de discriminación es mucho más eficaz y duradera que una ley o prohibición, pues estas pueden ser revisadas y abolidas. Además, al no tratarse de algo dicho de manera explícita, no se repara tanto en ello. Simplemente, es una parte más del paisaje.

En este sentido, Moses ha sido comparado con el barón Haussmann, otra importante pieza de la historia de la arquitectura que viene a ilustrar cómo esta disciplina puede ponerse al servicio de ideologías políticas. El barón Haussmann fue el encargado de diseñar las amplias avenidas parisinas durante el mandato de Luis Napoleón,  con el fin de evitar cualquier posibilidad de desórdenes callejeros como los que habían tenido lugar durante las revoluciones de 1848. En entramados de callejuelas pequeñas y laberínticas, una muchedumbre tiene la posibilidad de huir y dispersarse, lo que es mucho más difícil, y facilita el trabajo de los guardias, si los espacios son diáfanos.

Otro caso en que los planes técnicos preceden al uso de los instrumentos en cuestión, lo encontramos en la historia de la mecanización industrial del siglo XIX. Hacia 1885 se instalaron, en una fábrica de segadoras de Chicago, unas modernas y caras máquinas de forja, cuya eficacia estaba aún por probar. Es de suponer que las nuevas tecnologías se introducen con el fin de lograr una eficacia cada vez mayor, sin embargo, los nuevos artefactos producían resultados de peor calidad a costes más altos que los antiguos procesos. Pero el dueño de la fábrica, en ese momento, se hallaba envuelto en una lucha contra el sindicato nacional de forjadores, y vio en las máquinas la posibilidad de sustituir a los trabajadores que lo conformaban por obreros sin especialización que manejaban las máquinas. Al cabo de tres años, las forjadoras automáticas se eliminaron, pues ya habían cumplido su cometido: acabar con el sindicato.

No obstante, no siempre se trata de conspiraciones premeditadas y malintencionadas. Hay, por ejemplo, gran cantidad de instrumentos y estructuras de uso común (transporte, edificios, aparatos…) que dificultan o imposibilitan su uso a las personas minusválidas, lo que hace que queden prácticamente excluidos de la vida pública. Pero esto se debe a negligencias por parte de los fabricantes, no a una maldad intrínseca, y de hecho, cada vez se lucha más por la accesibilidad para todos y se ha avanzado bastante en este sentido.

En otros casos, es el conjunto de la sociedad el que se adueña de una determinada tecnología y comienza a darle un uso diferente, adaptado a sus propias necesidades que, quizá, no fueran exactamente las mismas para las que esa tecnología fue diseñada. Es el caso de los SMS, que en un principio eran un medio para que los operadores de red enviaran información sobre el servicio a los abonados, sin que éstos pudieran responder ni enviar mensajes a otros clientes. Ha acabado por convertirse en una amplísima forma de comunicación, e incluso se puede considerar un elemento democratizador al haber contribuido a ciertas protestas sociales.

El mejor ejemplo lo encontramos, sin duda, en Internet, que está pasando de su versión 2.0, en la que todo el mundo tenía acceso al conocimiento, pero lo recibía de forma pasiva, a la nueva red 3.0, una plataforma colaborativa, en la que el conocimiento lo construimos entre todos. Las claves, por tanto, son la participación, el intercambio, compartir, la colaboración… y donde todos podemos ser agentes activos.

Fuentes
La ballena y el reactor. Capítulo 2 ¿Tienen política los artefactos? Langdon Winner. Gedisa. Barcelona, 2008.
– Wikipedia. Langdon Winner