El emprendimiento es la capacidad de una persona para poder iniciar proyectos, la actitud pro-activa del que lucha contra la pasividad. Pero no debemos considerar el emprendimiento únicamente como una actitud: también se trata de un hábito que debemos fomentar. Debe aprenderse y trabajarse eficazmente.
EC | Madrid | Abril 2013
No es suficiente iniciar un proyecto, también debemos mantenerlo, y aquí es donde entran en funcionamiento las virtudes de la acción, los hábitos ejecutivos. La inteligencia capaz de guiarse por proyectos tiene dos niveles de acción, la inteligencia generadora y la inteligencia ejecutiva. Nuestro cerebro no deja de funcionar, procesando información, relacionándola, elaborándola, reteniéndola. Es como una gigantesca máquina que procesa ideas, sentimientos, deseos, que genera ocurrencias sin parar. Los sistemas cognitivo, motor y afectivo operan a nivel inconsciente. Pero una parte del resultado de las operaciones que realiza la inteligencia generadora pasa a estado consciente. La consciencia tiene una utilidad biológica, porque nos permite dirigir nuestro comportamiento, como confirma la obra de neurólogos como Antonio Damasio. Entramos entonces en el dominio de la inteligencia ejecutiva, que supervisa y monitoriza estas instancias que le llegan. La inteligencia ejecutiva tiene la capacidad de suscitar, dirigir y controlar las funciones de la inteligencia generadora. Llamamos “ejecutivas” a todas aquellas operaciones mentales que permiten elegir objetivos, elaborar proyectos, y organizar la acción para realizarlos. Son las destrezas que unen la idea con la realización de la idea.
La división en dos niveles –el generador y el ejecutivo– se puede comprobar al observar la estructura jerárquica del cerebro: los lóbulos frontales son afectados y a su vez dirigen al resto de sistemas cerebrales. Podemos también comprobarlo en la arquitectura de los ordenadores, que necesitan un «ejecutivo de control», un programa de superior nivel que gestione la aplicación de los programas y la activación de las memorias de trabajo.
La inteligencia ejecutiva es consciente de las propuestas de la inteligencia generadora, las compara con un criterio de evaluación, bloquea la acción definitivamente, la bloquea pero pide una alternativa a la inteligencia generadora, o autoriza la acción y se encarga de administrar las energías necesarias. La neurología ha identificado ocho funciones ejecutivas básicas:
- Inhibir la respuesta, no dejarse llevar de la impulsividad.
- Dirigir la atención. Poder concentrarse en una tarea, dirigirla hacia un objeto (exterior o interior). Saber evitar las distracciones.
- Control emocional. La capacidad para resistir los movimientos emocionales que perturban la acción.
- Planificación y organización de las metas.
- Inicio y mantenimiento de la acción.
- Flexibilidad. La capacidad de cambiar de estrategia. De aprender cosas nuevas o de aprender de los errores.
- Manejo de la memoria de trabajo. Capacidad para aprovechar los conocimientos que se tienen.
- Manejo de la metacognición. Reflexionar sobre nuestro modo de pensar con el fin de mejorarlo. Pero la metacognición debe prolongarse con la metaemoción y la metapraxis. La reflexión sobre cómo pensamos, debe prolongarse en la reflexión sobre cómo sentimos y sobre cómo actuamos. La supervisión que ejercemos sobre nosotros mismos.
Tanto la capacidad de la inteligencia generadora como la de la inteligencia ejecutiva pueden ser educadas. La educación puede actuar: en construir una inteligencia ejecutiva eficaz y con buenos criterios de evaluación; en construir una inteligencia computacional fértil, eficiente y dócil a las metas de la inteligencia ejecutiva. Cuando ambas cosas se consiguen, podemos hablar de talento.
Una de las mejores herramientas con las que contamos para educar la inteligencia ejecutiva es el habla interior, porque vuelve consciente lo que sucede en la inteligencia generadora, nos permite buscar en la memoria, hacer planes, darnos órdenes a nosotros mismos. Entre los seis y los ocho años, los niños aprenden a autorregular sus comportamientos, pueden fijarse metas y anticiparse a los hechos. Esa habilidad está claramente ligada al progreso del lenguaje interior. El niño utiliza el lenguaje para comunicarse con los demás, para pensar, y también para darse órdenes a sí mismo. Primero obedece a su madre (al cuidador principal), y luego aprende a obedecerse a sí mismo, dándose órdenes continuamente. La forma en que nos narramos a nosotros mismos y a los demás lo que nos sucede o lo que enfrentamos influye sobre lo que estamos haciendo. De ahí la importancia de utilizar un lenguaje interior adecuado para poder emprender proyectos.
Durante años, se ha hecho mucho hincapié en la educación de la inteligencia cognitiva (proporcionando conocimientos a los niños), y también se ha hablado de educar la inteligencia emocional (intentando fomentar sus sentimientos agradables); pero no debemos olvidar la importancia que tiene la educación de la inteligencia ejecutiva. Sin una educación adecuada de las funciones ejecutivas, aumentamos la vulnerabilidad de los chicos y disminuimos su capacidad de tomar decisiones o de mantener el esfuerzo.
¿Cómo podría ser esa pedagogía de la inteligencia ejecutiva? Debería, entre otras cosas, ocuparse del fomento de la virtud de la fortaleza, que integra muchos aspectos diferentes: la magnanimidad (el hábito de emprender voluntariamente cosas difíciles), la valentía, la resistencia, la resiliencia (la capacidad de sobreponernos a los obstáculos y dificultades), la flexibilidad, la determinación.
En el número 4 de EC hablamos de la motivación, de la energía que nos mueve. Todo proyecto emprendedor necesita tener detrás a una persona motivada. ¿Pertenece ésta al dominio de la inteligencia generadora, o al de la inteligencia ejecutiva? La motivación es una producción de la inteligencia generadora, porque la energía para la acción procede del manantial de nuestros deseos; pero nos lleva a las puertas de la decisión. Con la motivación entramos en el dominio de la inteligencia ejecutiva, que puede aceptarla o rechazarla. Si decide asumirla, convierte la motivación en un proyecto personal, comprometiéndose con él. El compromiso constituye un nuevo modo de motivación, exclusivamente humano. Hay cosas que no deseamos hacer, pero que sabemos que debemos hacerlas, porque las hemos integrado en un proyecto personal que hemos decidido emprender. El esfuerzo, la tenacidad, la perseverancia, entran en juego.
Fuentes | |
– Marina, José Antonio. La inteligencia ejecutiva. Ariel, Barcelona, 2012. | |
– Marina, José Antonio, y Rodríguez de Castro, María Teresa. El bucle prodigioso. Anagrama, Barcelona, 2012. | |
– Marina, José Antonio. Libro blanco. Cómo construir una cultura del emprendimiento, la innovación y la excelencia. Una pedagogía de la innovación social. Fundación REPSOL, 2011. | |
– Imagen artículo: Creative Commons. nhuisman | |
– Imagen portada: Creative Commons. Camilla Hoel |