Las dos caras del diseño: Funcionalidad vs. Estética

Desde que nos levantamos hasta que nos volvemos a acostar, día tras día a lo largo de toda nuestra vida, estamos rodeados de objetos. Puede que no seamos conscientes, pero desde el brick de leche hasta el interruptor de la lámpara que apagamos por la noche, todo lo que usamos ha sido producido por el hombre, y por lo tanto, responde al diseño.

 EC | Madrid | Marzo 2013

Nuestro mundo es un mundo de objetos: el hogar, el trabajo, el transporte, la ciudad, incluso nuestro propio cuerpo (pensemos en vestimenta y adornos) están constituidos o rodeados por objetos. Todo objeto posee una función, y ha sido previamente diseñado para eso. Los objetos son útiles, satisfacen nuestros deseos y necesidades y, a veces, incluso llegan a estorbarnos. Vivimos sumidos en una sobreabundancia de objetos. Es esta disparidad de formas y funciones lo que hace que sea tan difícil precisar una definición única de diseño. Ni siquiera los propios diseñadores o expertos en la materia son capaces, y lo reconocen abiertamente. Además, el diseño sufre los devenires históricos, y ha atravesado diversas etapas con filosofías diferenciadas. Básicamente las dos grandes tendencias que podemos apreciar en el mundo del diseño, desde un edificio a una silla pasando por una moto o un secador de pelo, son las que priman o bien la estética o bien la funcionalidad. Si bien lo ideal es un punto medio -objetos que además de útiles sean hermosos-, encontramos extremos: de lo puramente eficaz, objetos lo más simples posible y en que sobra todo adorno, a la exageración del diseño, como algunos modernos hoteles o la alta costura, que se acercan más al arte y que poseen diseños muy potentes, pero cuya utilidad resulta discutible.

Como ejemplo de ambas posturas, tenemos, en primer lugar la sentencia de Adolf Loos, un importante arquitecto vienés, en 1899: “Ornamento es delito”, haciendo gala de un racionalismo rotundo.

Por otro lado, está el caso del sillón Red and Blue (1919) de Rietveld, inspirado en la obra pictórica de Mondrian. Líneas rectas, rígidas y salientes, no es el típico sillón mullido que invita a sentarse. De hecho, el diseñador pretendía que quien usara su sillón permaneciera concentrado y no se relajase mucho. Sin embargo, es un diseño que ha pasado a la historia a pesar de no cumplir muy bien su misión como elemento de descanso.

De acuerdo a la primera línea de pensamiento -el funcionalismo- se sitúa Bruno Munari (1907-1998), personalidad italiana muy al estilo de los célebres “hombres del Renacimiento”: diseñador a la par que humanista, interesado en la pedagogía, el urbanismo, la psicología, la didáctica… En su obra se entretejen innovadoras ideas sobre el diseño con avanzadas reflexiones acerca de la educación de los niños, la vida en las ciudades, el confort de los hogares, la estética, la pragmática y una cierta filosofía de los objetos. Para él, la plenitud de los objetos es ser útiles al hombre. Considera el diseño como la solución a un problema. No es una actividad abstracta que busque sólo la belleza.

“Creatividad no quiere decir improvisación sin método” (Cómo nacen los objetos, Bruno Munari, pg. 19)

El diseño es, por tanto, la culminación de un proceso que comienza cuando el diseñador se enfrenta a un problema funcional, que debe resolver siguiendo una metodología proyectual, es decir, descomponiéndolo y avanzando paso por paso. Este método es un camino que conduce a la meta, camino siempre nuevo en cada proyecto. Un buen diseñador es el que conoce las exigencias del camino y del andar. El método ayuda a llevar a cabo los proyectos, puesto que va dando las pautas a seguir. No coarta la libertad expresiva. No se puede crear en ausencia de restricciones; el diseñador necesita saber qué requisitos ha de cumplir el producto que debe crear. Las reglas del método no bloquean la personalidad del diseñador, más bien al contrario; le estimulan a descubrir algo que, eventualmente, puede resultar útil también a los demás.

Munari proporciona una serie de elementos que deben tenerse en cuenta para valorar el diseño de un producto: material, peso, dimensiones, manejabilidad, ergonomía, mantenimiento, embalaje, funcionalidad, toxicidad, duración, valor social, esencialidad o precedentes, esto es, analizar si ese producto en concreto ha seguido una evolución lógica. ¿Y la estética? El italiano la entiende como “el modo coherente con el que las partes forman un todo”, y la opone a moda o estilo, conceptos que critica: “muchos objetos están producidos para representar un símbolo de bienestar, de lujo o de clase. Estos no son objetos de diseño, ya que el diseño no se dedica a estas frivolidades en las que mucha gente se gasta un montón de dinero.” (Ídem, pg. 109)

En su Complejidad y contradicción en la arquitectura de 1966, Robert Venturi, un arquitecto estadounidense, defiende una posición contraria a la arquitectura moderna, a la que acusa de buscar sólo la diferencia y la novedad. Reduce la arquitectura a un fenómeno perceptivo, a un juego de formas que transmiten mensajes a nuestros sentidos. Destaca entonces su capacidad expresiva. Es la función lo que realmente interesa, y las formas potentes que se derivan de la expresión funcional.

“El diseño no consiste en hacer bello lo útil, ni hacer bueno lo bello, ni hacer útil lo bueno. Un buen diseño encuentra su ciencia, su ética y su estética en su simple globalidad”. Jorge Wagensberg.

Para el diseñador español André Ricard, el diseño no inventa nada. Diseñar significa hallar nuevos modos de atribuir los distintos componentes de las cosas que solemos usar para que resulten más manejables, más cómodas y más comprensibles. En otras palabras, diseñar consiste en dotar a las cosas cotidianas de una mejor manera de sernos útiles. El diseño implica ser a la vez ocurrente y oportuno al combinar las formas y los dispositivos necesarios a la función, unos dispositivos de sobra conocidos, pero que el diseño distribuye de un modo diferente. Diseñar, contrariamente a lo que a menudo se cree, es algo más que hacer estético lo útil.

“Si bien es cierto que las cosas bien diseñadas son estéticamente bellas, ésta no es la prioridad. Es sólo la feliz consecuencia de un acertado agenciado de sus elementos funcionales. Lo esencial en un diseño es que una nueva creación ofrezca ventajas que no tienen los productos existentes. Cuando sólo se ofrece un cambio de look sin más, sin mejora alguna, el diseño no alcanza su dimensión creativa.”(Hitos del diseño, pg. 16)

El buen diseño es un factor que influye mucho en la calidad de nuestro bienestar, pues el bienestar depende en buena medida de la calidad de todo lo que compone nuestro entorno.

Al final, por encima de vestidos extravagantes, zapatos imposibles, hoteles tan modernos que no se sabe ni cómo funciona el grifo y sillas incómodas, parece que el diseño se nutre de la funcionalidad, de facilitar nuestras condiciones de vida y aumentar la comodidad. A veces con un gesto tan simple como añadir un “cuello” cónico a las vinagreras (Rafael Marquina) para evitar goteos. Así lo expresa André Ricard en un libro que recoge 21 proyectos de diseño explicados por sus autores:

“Lo que destaca a lo largo de estas historias es que, a pesar de esa diversidad de sensibilidades, de culturas y de temas, todos estos diseños se vertebran siempre en torno a un mismo concepto: lograr una mejora de las cualidades funcionales y formales de las cosas que necesitamos en nuestra vida cotidiana. Esa es la auténtica misión del diseño”.  (Casos de diseño pg. 46)

Fuentes
– ¿Cómo nacen los objetos? Bruno Munari. Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1983.
Diseño desde 1850 hasta la actualidad. Enrico Mortero. Electa, Barcelona, 2008.
Hitos del diseño. Cien diseños que hicieron época. André Ricard. Ariel, Barcelona, 2009.
Casos de diseño. André Ricard. Ariel, Barcelona, 2012.
– Imagen artículo: Licencia Creative Commons. Rietveld.
– Imagen portada: Licencia Creative Commons. francisco.j.gonzalez.